Punto de Vista de Mia
La luz de la mañana se filtraba a través de los ventanales de mi habitación, proyectando prismas de arcoíris sobre la madera pulida de mi tocador. Observaba el pequeño ejército de frascos de pastillas que había aparecido ahí en algún momento durante la noche, ordenados en filas limpias y clínicas. Azules, blancos, rosas pálidos y amarillos suaves: un arsenal arcoíris de intervención química.
Mis dedos trazaron el borde del frasco más cercano. La etiqueta llevaba un nombre largo e impronunciable, seguido de instrucciones precisas en texto negro austero. Detrás de él había al menos una docena más, cada uno con su propio horario, sus propias promesas de sanación.
Esto debía haber vaciado una farmacia entera.
La Sra. Chen había dispuesto mis pastillas de la mañana en un pequeña bandejita de cristal, del tipo que usualmente se reserva para chocolates caros o delicados petit fours(bocados dulces franceses).
Un golpe en la puerta me sobresaltó de mi ensimismamiento. Tres