Robert Edwards jamás pensó, ni por un segundo, que algún día sería la víctima en vez del victimario.
Con todos los dedos de las manos inutilizados y vendados, golpeado, cojeando y tratado como menos que un animal, fue trasladado hacia un sitio desconocido, sin ver nada por la venda que tapaba sus ojos llorosos.
Su boca también amordazada y era la viva imagen de un hombre caído en la más humillante desgracia.
— Este es el chico que tengo disponible, del que le hablé – Robert escuchó que alguien dijo y el olor penetrante del humo y alcohol inundaban su nariz.
El sonido de una silla arrastrándose y luego pasos que se acercaban a él.
Su cuerpo, solo vestido con una bata de baño por encima, comenzó a temblar instintivamente al sentir la presencia de alguien que lo observaba con intensidad.
Dio vueltas a su alrededor, examinándolo y su olor a tabaco, que ni siquiera el perfume costoso que llevaba lo podía opacar, le daba ganas de estornudar y mareaba su cabeza adolorida.
Sintió una mano que