Capítulo 4

MELODY

—No tardamos en llegar. 

—La señorita Clifford estará contenta con nuestro desempeño. 

—Pero eso no le quita el hecho de que sea cruel con la pobre mujer. 

—Ese no es asunto de nosotros, recuerda que no mezclamos los sentimientos con lo que nos piden. 

—Tienes razón, faltan cinco minutos. 

Las imágenes son borrosas, entreabro los ojos y me doy cuenta de que estoy dentro de lo que me parece un helicóptero, las náuseas me inundan. Me remuevo inquieta, me duele demasiado el abdomen. 

—Objetivo despejado. 

Escucho que alguien dice. No me puedo mover, cada que lo intento, es como sentir una enorme roca encima de mí, tengo miedo. Emilia se ha llevado a mi hijo, esa sensación de sentirme perdida en medio de la anda, me sienta como un golpe en el estómago, la traición de ellos dos me duele como punzada en el pecho.

La boca la siento seca, el aire me falta, los huesos me duelen y me atacan los mareos, se debe a la pérdida de sangre. 

—Bajando —dice uno de los hombres que manejan el helicóptero. 

«Ayuda, por favor, no quiero morir» No sabiendo qué será de mi hijo, de mi bebé, mi todo, mi mundo, el que Roman no me haya contestado las llamadas, y que me haya hecho a un lado sin más, hace que las lágrimas inunden mis ojos. 

Siento movimiento del helicóptero, el aire gélido golpea mi rostro, la brisa marina es tan fría, que se siente como ser abrazada por la muerte. Este es el fin, en cuanto ellos me dejen en tierra firme, estoy segura de que todo acabará para mí. 

Lo que más rabia me da, es que no me dieron la oportunidad de luchar, de hacer algo para recuperar a mi bebé, los dos, Roman y Emilia, solo me están haciendo a un lado como si no valiera nada, como si fuera peor que nada. 

—Andando.

Abro los ojos, mi visión es borrosa, uno de ellos me carga en brazos y me sacan del avión, como puedo, me aferro a la chaqueta de uno de ellos. 

—Por favor… no… —mis palabras son atropelladas. 

No me hacen caso, trago grueso, me dejan a la orilla del mar, escucho las aspas del helicóptero a lo lejos, hasta que poco a poco el ruido se va alejando, pierdo el conocimiento a ratos, los mismos que me parecen eternos, un sabor ácido recorre mi boca. 

Cuando logro recobrar más o menos el conocimiento, trato de respirar con fuerza, me duele el pecho y los pulmones, no sé cuánto tiempo he estado aquí, el sol es abrasador y aun así el agua que me rodea refresca. Levanto una mano y noto que el cuchillo sigue incrustado en mi estómago. Lloro con fuerza. 

Estoy tan sola que no hay nadie a mi alrededor que me pueda ayudar, Emilia y Roman se encargaron de que esté en medio de la nada. Como puedo, saco las pocas fuerzas que tengo y con valor, apretando los dientes, me arranco el cuchillo. 

—¡Ay! —grito a lo que me parece todo pulmón. 

Siento como la sangre se derrama, el agua que me rodea se va tiñendo de rojo carmín. 

"No te amo" 

"La mujer que amo es Emilia"

"Hay hermanita, eres tan ingenua"

"Jamás te voy a amar"

Mientras me encuentro en la arena, todas las palabras crueles que me dijo Roman, mi hermanastra, me apuñalan de nuevo. 

—No puedo… rendir… me

Como puedo, me incorporo, el dolor me avasalla enseguida y me amenaza con hundirme de nuevo en la miseria, quiero salir de esto, pero tal parece que esto me supera de sobremanera, las piernas me flaquean y estoy a nada de caer al suelo, cuando recuerdo que Emilia se llevó a mi hijo, estoy desvariando. 

De pronto, mis rodillas golpean el suelo, el dolor vuelve a expandirse por cada parte de mi cuerpo y la sangre sigue derramando y manchando la arena, utilizo mis últimas fuerzas para dibujar sobre ella, muevo mi dedo índice como si fuera la brocha y la arena mi gran lienzo, no me detengo, me arrastro sobre esta hasta que termino dibujando una enorme señal de S.O.S.

Una parte de mí piensa que estúpido el que piense que alguien va a venir a salvarme, estoy segura de que Emilia se ha encargado de que nadie lo haga, el solo es tan abrasador que esta vez no me molesto como otras veces cuando iba a la playa, en colocarme bloqueador de arena. 

—Ya no puedo… —las lágrimas se derraman por mis mejillas. 

Por lo menos me iré sabiendo que lo intenté, yo lo hice, sé que hasta el último aliento de mi vida intenté salvar mi vida para recuperar a mi hijo, la suerte no ha estado de mi lado últimamente. 

Mientras respiro débilmente y los mareos por la pérdida de sangre me atacan de nuevo, no dejo de preguntarme si Roman pensará en mí en algún momento de su vida, cuando se entere de que estoy muerta, él nunca me amó, ahora que lo pienso, ahora que la venda se ha caído de mis ojos. 

Roman jamás me vio como mujer, no importaba qué tanto me arreglara, qué ropa me ponía, si era sexy o recatada, nada, él solo no me veía y en el fondo me sentía como un mueble más que adornaba su enorme casa, esa es la realidad de las cosas, tampoco me decía cosas lindas, solo me ignoraba, y eso me dolía, pero lo recompensaba diciéndome a mí misma que era porque tenía demasiado trabajo. 

Incluso un día, en una junta de trabajo, recuerdo que cambió la gerencia y tuve la oportunidad de participar como su esposa, solo porque estaban los socios mayoritarios de su empresa y tenía que dar la imagen de buen marido y buen hombre. 

—Tienes una esposa maravillosa —le dijo uno de aquellos socios. 

Roman solo sonrío. 

—¿En serio? Jamás me he percatado de ella, es como si fuera un fantasma, siguiéndome a todos lados. 

Todos se rieron porque lo tomaron a broma, pero no era así, me lanzó una mirada amenazante y tuve que tragarme el nudo que se formó en mi garganta aquella vez, y mientras yo vivía un infierno, él se revolcaba con mi hermanastra, es a ella a quien ama. Mi labio inferior tiembla y se necesita todo de mí para controlarme. Roman era esa razón por la que me levantaba todos los días, luchando contra la niebla que en estos momentos me arrastra con sus fríos hilos blancos. 

La barbilla me tiembla, inhalo profundamente, Roman no me ama, no dejo de repetirme, este es el fin, siento cómo mi cuerpo se adormece, incluso puedo decir que no siento algunas de mis extremidades, la vida se me está yendo. 

—Ayuda… —mi voz es pequeña y ahogada. 

Nadie me escuchará. 

“No te amo, nunca te amaré, eres una víbora venenosa” 

Es horrible pensar que en mis últimos momentos de vida, son las palabras de Roman, lo que me dan el empuje, son como la última puñalada letal, su indiferencia, el que todo el tiempo fingiera que no existo, la niebla que veo, rodea mi cuello y se convierte en la cuerda que necesito, esta vez… todo ha terminado, me iré y él podrá ser feliz con la mujer que ama, solo ruego que no haga a un lado a nuestro hijo, después de todo, él no tiene la culpa de nada. 

La sangre comienza a rezumar a un ritmo constante, rojo vibrante, intento en vano colocar mi mano sobre la herida, esta se tiñe de rojo de inmediato. 

Sonrío, poco a poco el dolor que se filtra se mezcla con el alivio total, la idea de que estoy a solo un par de minutos de volver a ver a mis padres, no me parece tan mala en estos momentos, los mareos aumentan casi de inmediato, mi mirada se enfoca en el cielo azul, no hay nubes, y es una lástima porque cuando era niña, recuerdo que las veía, soñando con Roman. 

“Cuida de nuestro hijo” 

Digo pensando en el padre de mi bebé, siento que mi cabeza se hunde más y más entre la arena, morir en medio del mar no parece la cosa más épica del mundo, sin embargo, lo es para mí, me dejo adormecer con el sonido de las olas, que poco a poco van siendo lejanas, es el fin.

—¡Mierda! 

Escucho de lejos una voz ronca y varonil. 

—¡Trae el equipo! 

—Por favor, resiste, no te vayas. 

¿Quién me habla con tanta urgencia? Siento que alguien me mueve, me elevan, todo es tan confuso, quiero abrir los ojos, pero los párpados se sienten demasiado pesados, logro entreabrirlos un poco, mi visión es demasiado borrosa, ojalá Roman pueda por lo menos ser feliz, ya no tengo fuerzas, los latidos de mi corazón son cada vez más lentos, los puedo escuchar, una lágrima se desliza por mi mejilla mientras cierro los ojos y me rindo ante la oscuridad. 

[...]

Mientras abro los ojos lentamente, me siento entumecida, mi cuerpo se ha convertido en una enorme y sólida roca, ese es el primer pensamiento que me avasalla, el dolor que siento en el pecho es más físico, porque no hay nada ahí, mi corazón se rompió en mil pedazos, y ahora solo ha quedado el hueco sin él, no siento ya nada, ni emociones, solo dolor físico. Soy como un lienzo en blanco.

Despacio mi entorno se registra, no es el cielo, no es el limbo y como una humana novata respiro con profundidad, como recordatorio de que sigo viva, las paredes son de un blanco demasiado chillón, esto parece más un hospital, pero a juzgar por los muebles, no es uno nuevo o de lujo.

La realidad me golpea cuando abro los ojos por completo y trato de incorporarme, pero una punzada de dolor me invade el abdomen, todos los recuerdos de lo sucedido vienen a mí como maremoto en plena calma, hago un recuento de los daños colaterales que me han dado. Mi lista es básica y la encabeza una sola.

Emilia me quitó a mi hijo, Román, ama a Emilia, ambos me traicionaron, pero la más importante… no estoy muerta.

Una lágrima se desliza por mi mejilla mientras me sumerjo en la realidad, el sol sigue en pie y no comprendo qué ha pasado, tengo la cabeza llena de tantas dudas, estoy conectada a las máquinas que revisan mis signos vitales.

Por fin despiertas —me dice el hombre que trae puesto un uniforme de médico militar.

—¿En dónde estoy? —mi voz es apenas un débil susurro.

En la clínica Josk. Tienes mucha suerte…

Melody —mi voz es un poco ronca—. Mi nombre es Melody.

Es bueno que sepas cómo te llamas, temíamos que desarrollaras amnesia, perdiste mucha sangre, pero te vas a recuperar, el bisturí no dañó órganos —sigue hablando.

El recuerdo de Emilia y Roman, el imaginarlos juntos, me deja un sabor amargo en la boca, cierro los puños llena de rabia, lo único que me dejaron ellos, lo único que me está manteniendo de pie ahora mismo y que no me deja perder la cabeza, me aferro a esa rabia, a ese coraje, para seguir respirando y pensar con la mente, corazón y alma fría, los siguientes pasos que voy a dar, porque de algo si estoy segura, puede que esté viva, que haya sobrevivido a su ataque, pero lo cierto es que la Melody de antes ya murió, ellos me mataron.

Tienes suerte de que el jefe te haya salvado.

—¿Jefe? —pregunto con extrañez.

Él quiere verte.

Tragué en seco, no podía decirle al otro hombre que soy el superviviente de un casi-asesinato.

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