Me llevé el auto y a medio camino vi ese maldito mirador que parecía ser el lugar que vería alguna vez mi muerte. Ya había estado dos veces a punto de perder la vida ahí. Tal vez era mi destino.
Me estacioné en la periferia del bosque y avancé hasta el mirador. Llegué hasta el punto más alto y vi el río debajo de mis pies. La vista era hermosa y la fría brisa refrescante. Era extraño sentirme rota y al mismo tiempo fuerte, con ganas de llorar, pero libre. Tal vez ya me había vuelto loca por tanto dolor.
―Espero que no estés pensando en lanzarte desde aquí, sería una aparatosa caída…
Una voz me distrajo de mis pensamientos. Era un hombre joven, de mirada gentil y sonrisa cargada de