Y de nuevo estaba llorando, sus palabras habían calado muy hondo y aunque quería mantener la calma y respirar, las lágrimas brotaban de mis ojos, pero de algo estaba segura, eran de tanta felicidad que no podía contener en mi pecho.
―¡Sí! ¡Quiero casarme contigo! ―grité emocionada y me abracé a su cuello mientras lo llenaba de besos insistentes y sedientos de demostrar cuánto lo amaba―. Te amo.
―Yo también te amo, mi hermosa princesa ―respondió Viktor deslizando el anillo en mi dedo―. Tal vez pude haber conseguido uno más grande o vistoso, pero…
―Es perfecto… ―lo interrumpí viéndolo a los ojos―. Podría no tener ni un solo diamante y estar hecho de cobre, y sería el mejor anil