El cielo amaneció despejado ,no había nubes, ni lluvia, ni viento. Solo una calma solemne, casi respetuosa, como si la tierra misma supiera que ese día marcaría el inicio de una nueva era. Las campanas de la Torre Central repicaban con lentitud y firmeza, acompañando el murmullo contenido de miles de voces que llenaban la plaza frente al Castillo Real.
Azrael ajustó su capa negra bordada con hilos de plata frente al espejo. La tela pesada caía con elegancia desde sus hombros anchos, heredados de su padre, pero sus ojos claros y expresivos, aún con firmeza, pertenecían sin duda a Gema. Una mezcla perfecta. Justicia y fuego. Disciplina y compasión.
—¿Estás listo, mi Rey? —preguntó una voz al otro lado de la puerta.
Era Cassian, su asesor y viejo amigo de la infancia. Azrael asintió en silencio, luego respiró hondo. No temía al trono, pero sí comprendía el peso que caería sobre sus hombros desde ese momento. Ya no sería solo un príncipe educado en diplomacia y estrategia. Ahora sería la