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Cap.2 Sentimientos dañinos

EDDY:

Lo sé. Vivía en una ilusión dañina, pero... ¿Cómo no amar esos ojos color verde claro que atrapaban con la mirada? ¿Cómo no amar su cabello negro azabache y su sonrisa perfecta?. Supongo que lo de ahora era más de lo que podía pedir. 

La enfermería era pequeña, estaba llena de estantes con medicina, había una camilla que era donde yo estaba sentada, un pequeño basurero devorado con papel de regalo y plástico y una pequeña ventana para ver hacia el exterior del campus. 

Todo muy tranquilo y soleado… todo más que perfecto y… 

—¡Te esperé frente al salón de arte y no llegaste, Lucas! ¿Se puede saber que haces aquí?.

Me asomo junto a Mabel a la puerta, cuidando de que ni Lucas ni su novia nos vean. 

—Estaba ocupado. 

—¿Con la ugly? ¿Es más importante que yo? Blade me dijo que la habías traído a la enfermería y que te comportaste grosero con él por defenderla. ¡Esa cosa no merece que tú la defiendas! ¡Tú la odias!

—Ya basta, Amanda. Sí vine con ella es para que no pusiera queja sobre tu hermano y lo suspendan. Blade es demasiado descuidado y no mide las consecuencias. ¿Tú crees que quería venir con ella? Lo hice por ti y por tu familia. Ella me da lo mismo que nada. 

¡Auch!

Me alejé de la puerta y regresé a la camilla, dejando mis manos sobre mi pecho y sintiendo mis lágrimas a punto de rodar por mis mejillas. 

Me sentía bastante patética para para variar.

No era que no lo esperara, pues ya era demasiado bueno para ser cierto. Sabía que no le agradaba, sabía que pedía demasiado y además era consciente de que él tenía novia, de que la amaba y de que yo jamás tendría oportunidad. 

Sabía lo que él y todos en este sitio pensaban, y era mi culpa, vaya que sí, que por querer seguirlo a donde fuera, rechacé la educación en casa y opté por el internado. 

Era una tonta. 

Quizá mi hermana tenía razón y necesitaba dejar de darme contra el poste y comenzar a tener un poquito de autoestima. Es solo qué, quizá vivía aferrada a lo que era antes de Amanda o del instituto. O quizá solo lo había idealizado demasiado.

La ilusión que había construido me duró poco, las cosas hermosas que había pensado antes de escucharlo decir aquello se fueron a la basura y era lamentable que hasta Mabel se diera cuenta. Su mirada de condescendencia me dió directo en el orgullo. Ese que casi yo no tenía, al parecer.

—No está tan bonito después de todo —Movió su mano en el aire quitándole mérito y haciendo una mueca de desagrado —Seguro habrá otro más bonito. Uno que si valga la pena.

Esas palabras fueron directo a mi terquedad. No, no había nadie más. Al menos no para mí bobo y para nada listo corazón.

La enfermera se dedicó a limpiar mi herida con algodón empapado de alcohol, procedió a taparla con una bandita y suspiró fuerte después de verme con lástima. 

—Ya estás, linda.

Al menos en la superficie. Por dentro me había quebrado.

—Gracias, Mabel —fingí estar bien, como siempre lo hacía cuando algo malo pasaba. Me levanté despacio y me asomé por la puerta de nuevo para ver si Amanda y Lucas seguían ahí y me di cuenta de que se estaban besando. 

Mi corazón se comprimió todavía más, mis ojos se humedecieron y algo horrible se alojó en mi pecho. Tuve que esconderme para que Lucas no notara mi presencia cuando dejaron de besarse, tuve que hacer un intento para no salir corriendo y en cambio, cuando vi que Amanda se fue y continuó su camino a través del pasillo ella sola, regresé por tercera ocasión a la camilla, miré a Mabel y con la voz forzada le pedí un favor. 

Quería que él se alejara.

¿Que se había quedado haciendo ahí si yo no le importaba? ¿Por qué no solo se iba? ¿Acaso sabía que me gustaba y quería seguirme lastimando?. 

Debía ser eso.

Quería jugar conmigo, y aún así… a sabiendas de ello, no podía dejar de amarlo. 

☆゜・。。・゜゜・。。・゜★

Sábado, 02:30 de la tarde. Llegué a casa, saludé de pasada a mis padres y a mi tío Derek, caminé hasta el principio de las escaleras y vi bajar a mi hermana de la mano de su novio. De la familia era la única oveja negra, el único lunar y la que parecía ser la adoptada. Mi padre era alto, cabello rubio y ojos gateados, mi madre era morena, tenía ojos azules y parecía sacada de una revista a su edad de cuarenta años, y mi hermana, bueno, tenía lo mejor de los genes de cada uno. Cabello rubio, ojos azules, piernas largas y cuerpo de diosa. A sus 25 años era la directora de una compañía de telefonía, la CEO de una empresa hotelera y la socia de una revista super famosa llamada "Trends". Era la envidia de muchas y el amor platónico de todos, y no la culpaba. 

Mi familia era la mejor. 

Sí, pues, luego estaba yo… 

Bajita, delgada y sin proporciones de qué presumir. Mi cabello no era lacio o rizado, digamos que para describirlo tenía que darle un diagnóstico psicológico: Mi cabello presentaba altos grados de bipolaridad, serios problemas de identidad dispositiva y se caracterizaba por ser, además, un claro ejemplo de rebeldía y trastorno desafiante contra el peine y/o cepillo. 

Pues sí, así de mal estaba. 

Mis ojos habían decidido no ver bien al menos que usara anteojos, pero papá, cómo me amaba tanto y odiaba verme triste, el día que me los diagnosticaron en la oftalmología dijo que era porque mis ojos eran tan bonitos que necesitaban exhibirse tras una vitrina, así como los diamantes, para que nadie quisiera robarnos. 

Aparté del miedo que me dio lo último, sus palabras en realidad no me hicieron sentir mejor, pero agradecía su gesto. Y ahí estaban, mis enormes anteojos de botella que habían costado más de veinte mil libras, quebrados de nuevo. 

¿Qué más debo decir? Ojos verdes, cabello rubio oscuro, piel clara y brackets que me quitaría en dos semanas. 

Esa era yo… la hija menor de la adorada familia Mitchell. 

Una familia, he de decir, con planes locos en su cabeza por momentos. Muy locos.

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