Capítulo veintiocho
—¿Aún me matarás? —cuestiono con la cabeza en alto.
Mantengo la compostura de superioridad en todo momento y ella aprieta sus dientes, da tres pasos hacia a mí y no retrocedo ni un centímetro, una de sus manos toman mi cuello sin vacilar y sus ojos rojos poco a poco flaquean.
No puedes, eh.
Quién diría que esta loca tendría el síndrome de Helsinki.
Me empuja y caigo de lleno al suelo, pongo mis manos sobre la madera para mantenerme sentada y veo su perfil de espaldas —no vale la pena hacerlo —se abraza a si misma y voltea —creo que tu vida ya es extremadamente miserable como para que otra miserable venga y te mate —se dirige a la puerta y la abre —no salgas de aquí o los recién convertidos te cazaran como una mosca —cierra detr&aa