Un destino, una verdad (1era. Parte)
Dos días después
Elazığ, Turquía
Sara
Dicen que todos necesitamos un motivo para seguir adelante, algo que nos mantenga de pie cuando todo parece derrumbarse. Un motor para no dejarnos derrotar al primer tropiezo. Yo había aprendido —a golpes— que con heridas y con miedos todavía se puede caminar, que no es imposible si se decide plantar cara a la vida. A veces es enterrar los “no puedo”, las dudas que se clavan en la garganta, y recordar que cada uno vale tanto como está dispuesto a luchar.
Yo tenía demasiados motivos para luchar. Por la vida que crecía en mi vientre, por Yassir, y también por mí misma. No quería seguir siendo la mujer encerrada en una jaula tejida por mis abuelos, con sus costumbres y creencias ahogándome como barro seco. Quería aire. Quería futuro. Y por ese futuro, debía aferrarme a la esperanza como quien se agarra al último tablón de un naufragio.
Turquía se había convertido en un símbolo para mí. No solo un país, sino un horizonte. Allí nuestros sueños parecían