El crujido de la madera y el chapoteo del agua al otro lado del río se mezclaron con un suspiro colectivo de triunfo. El puente improvisado se había convertido en el símbolo de su determinación, un lazo tangible que unía las dos orillas del río Elara, y con ellas, la esperanza de un reino dividido. El sol de la mañana se reflejaba en las aguas que una vez se alzaron como un muro, y ahora fluían como un testigo silencioso de su victoria. Mientras el último de los granjeros cruzaba, con las ropas mojadas y el corazón lleno de una emoción que era a la vez orgullo y alivio, Wolf y Christina se detuvieron, mirando hacia atrás.

El puente era una obra de arte rústica, construida con la fuerza y la fe de sus manos. No había sido obra de ingenieros, sino de carpinteros, de agricultores, de hombres y mujeres que habían usado sus herramientas para la paz y ahora las usaban para la guerra. Para Christina, era el primer milagro que presenciaba. Su corazón se hinchó con una mezcla de asombro y de u