— Creo que ya hemos hablado lo suficiente. Debo descansar, pues mañana será un día muy pesado — Enzo solo asintió y se puso de pie.
— Bonita forma de correrme de tu casa — dice, intentando sonreír, lo cual dejó petrificada a la mujer.— Te ves bien, señor Mondragón — dijo ella, logrando confundirlo.— ¿Cómo? — inquirió. Ella optó por no decir nada, pues quería ser testigo de otras más de sus sonrisas, lo cual lo hacían lucir juvenil.Definitivamente, ella quedó encantada, y atesoraría esos momentos como los más hermosos de su vida. Enzo no solo lucía juvenil cuando sonreía, sino también mucho más apuesto, con sus dientes perfectos, y los dos hoyuelos que se formaban en sus mejillas. Era como un brillo especial, que irradiaba en todo su ser. Cuando sonreía, lo hacía de verdad.— Nada — respondió y el solo asintió.Caminó hacia la entrada, y abrió la puerta, para darle paso a su hombre de confianza a que ingrese con una canti