El amanecer llegó teñido de gris.
No era el gris suave de las nubes normales, sino un gris enfermizo, como si el cielo mismo estuviera contaminado. El aire olía distinto: a metal oxidado, a carne podrida, a enfermedad.
En el patio principal de Artheon, el equipo estaba reunido.
Las cuatro lobas vestían ropa de combate: pantalones reforzados, botas altas, chalecos tácticos que permitían movimiento pero ofrecían protección. Lyra llevaba el cabello recogido en una trenza apretada. Kariane tenía guantes especiales que resistían el calor. Zoe llevaba una capa ligera que brillaba con runas de protección. Selene había amarrado un pañuelo alrededor de su cuello, cubriendo parcialmente su marca.
Sus parejas estaban armadas hasta los dientes.
Alaric y Draven llevaban espadas cortas en la espalda y dagas en los muslos. Teo tenía un hacha de doble filo que había pertenecido a su abuelo. Aldren portaba una lanza antigua del norte, con inscripciones que brillaban débilmente. Cassian llevaba dos esp