Mundo ficciónIniciar sesiónEl desayuno transcurría en un silencio demasiado denso para ser casual.
Cada cuchillo, cada sorbo de té, sonaba como un golpe seco en el aire cargado de energía.
Lyra sentía las miradas.
Dos pares de ojos dorados la seguían con la precisión de depredadores que observan a su presa —o, quizá, a su compañera—.
Alaric y Draven ocupaban los asientos frente a ella, flanqueando el extremo de la mesa principal. Eran la imagen viva del poder: impecables, con camisas abiertas en el cuello que dejaban ver la línea marcada de sus gargantas y ese brillo salvaje que los hacía parecer más lobos que hombres, incluso entre los suyos.
Ella intentaba concentrarse en el pan, pero su cuerpo no le obedecía.
El aroma de ambos llenaba el ambiente: humo, hierro, bosque húmedo y algo más… una nota cálida que la envolvía hasta hacerle temblar los dedos.
Su loba se removía inquieta bajo la piel, reclamando lo que reconocía como suyo.
—Come, pequeña luna —murmuró Alaric, su voz baja y rasposa como un roce de fuego.
Lyra levantó la mirada, aturdida.
—No tengo hambre.
Draven arqueó una ceja, sosteniendo la copa de vino con la calma de quien observa un secreto desplegarse.
—Deberías alimentarte. Tu cuerpo lo necesita… especialmente después de lo que ocurrió anoche.
El rubor le subió al rostro.
La cucharilla tintineó contra la taza.
—No hablen de eso —susurró.
Ambos sonrieron, esa sonrisa gemela que derretía el aire.
Teo, sentado unos lugares más atrás, los observaba con evidente molestia, como si cada palabra de los príncipes fuera una afrenta. Pero ni siquiera él se atrevía a interrumpirlos.
Mamá entró en la estancia justo entonces, trayendo un cesto con frutas.
—¿Todo bien por aquí?
—Perfectamente, señora —respondió Alaric, sin apartar la vista de Lyra—. Nos honra su hospitalidad.
Elena se limitó a asentir, aunque su mirada rápida hacia su hija decía otra cosa: *cuidado*.
El resto del desayuno transcurrió entre frases cortas y silencios cargados.
Lyra apenas probó bocado. Cuando por fin se levantó, Alaric también lo hizo, casi al mismo tiempo, y Draven lo imitó con esa sincronía inquietante que parecía natural en ellos.
—Queremos hablar contigo —dijo Draven.
Ella parpadeó, dudando.
—¿Ahora?
—Será un paseo corto —añadió Alaric, extendiendo una mano hacia el jardín trasero—. El aire fresco te hará bien.
Teo se puso de pie de inmediato.
—Yo iré con ustedes.
—No será necesario —replicó Draven con voz tranquila, aunque su mirada fue un filo dorado.
—Sí lo es —intervino Lyra, firme, tratando de ignorar cómo el corazón le latía desbocado—. Él vendrá conmigo.
Los gemelos se miraron entre sí, un breve intercambio silencioso, antes de asentir.
**
El jardín resplandecía bajo la luz del mediodía.
Las flores se inclinaban con el viento, y el aroma a hierba recién cortada llenaba el aire.
Lyra caminaba en el centro, con Alaric a su derecha y Draven a su izquierda, sus pasos perfectamente sincronizados con los suyos.
—Ayer no pudimos decirte todo —empezó Alaric, su tono bajo y directo.
—No hace falta que digan nada —intentó cortar Lyra, pero Draven la interrumpió con una calma que resultaba aún más intimidante.
—Sí, sí hace falta. Porque no pensamos volver al sur sin ti.
Ella se detuvo de golpe.
El aire pareció congelarse.
—¿Qué?
—Nos escuchaste —replicó Alaric, acercándose apenas un paso—. Eres nuestra compañera. No hay destino más sagrado que ese. Y no vamos a marcharnos sin ti.
Lyra retrocedió instintivamente, el pulso desbocado.
Su loba rugía de emoción, pero su mente gritaba otra cosa: *imposible*.
—No pueden decidir eso por mí —susurró.
Draven sonrió, sin rastro de burla.
—El destino no nos pidió permiso a ninguno de los tres, pequeña luna.
Ella lo miró, temblando.
—Mi familia… mi manada…
—Vendrán contigo —dijo Alaric, y su tono no dejaba espacio para el debate—. Ya hablamos con el beta Héctor. Ha pedido permiso al alfa para acompañarte hasta Artheon y asegurarse de que llegues sana y salva.
Lyra se quedó sin palabras.
Esa conversación ya estaba decidida. Planeada.
—No… —balbuceó, negando con la cabeza—. No pueden hacer esto. Ni siquiera me conocen.
Alaric se inclinó hacia ella, tan cerca que su aliento cálido le rozó la mejilla.
—Te conocimos mucho antes de verte. En sueños, en el vínculo que nunca se rompió. Buscamos ese aroma, esa energía, durante años.
Draven se aproximó por el otro lado, y el mundo se redujo a los dos.
—No sabes cuánto te buscamos —susurró contra su cuello—. Cuánto te habíamos esperado.
El contacto de sus presencias la envolvió por completo.
El pulso de ambos vibraba en su piel, en su sangre, en el alma.
Por un instante, Lyra creyó que se disolvería entre ellos, que su cuerpo no le pertenecía más. Cerró los ojos, atrapada entre fuego y acero.
—Por favor… —susurró— no hagan esto…
Pero sus voces fueron más suaves, más peligrosas aún.
—Eres nuestra luna —murmuró Alaric.
—Y ya no volveremos al sur sin ti —remató Draven.
Sus rostros se hundieron en su cuello, respirando su aroma.
El contacto la hizo temblar. Su loba gimió de placer puro, y la razón comenzó a desvanecerse.
El calor, el deseo, la conexión la consumían.
Hasta que una voz femenina, dulce pero cargada de ironía, rompió el hechizo.
—Primos… suéltenla un poco. La están sofocando.
Ambos gruñeron bajo, reacios a apartarse, pero obedecieron.
Lyra abrió los ojos, jadeante, y al hacerlo vio a la Luna Selene, de pie frente a ellos, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
A su lado, un joven de mirada intensa los observaba con el ceño fruncido.
Damon.
El futuro alfa de la región norte.
El ambiente se volvió espeso, casi eléctrico.
Lyra sintió que el aire se le escapaba del pecho.
Selene caminó hacia ella, ignorando el magnetismo peligroso entre los tres.
—Querida Lyra, me alegra verte mejor —dijo con esa elegancia innata que la caracterizaba, posando una mano sobre su brazo—. ¿Te encuentras bien?
Lyra intentó sonreír, pero algo en el tono de la Luna le heló la sangre.
—Sí… solo un poco confundida, Luna Selene.
Teo, que estaba detrás de ellos, se acercó un poco al ver a sus futuros alfas.
Sin embargo, al notar la mirada de Damon, supo que nada estaba bien con él.
Había tensión… y celos.
Y no solo él lo había notado.
Draven entrecerró los ojos, un gruñido apenas audible escapó de su pecho.
Alaric, por su parte, ladeó la cabeza con una sonrisa cargada de desafío.
El aire se volvió pesado, como si la tierra misma contuviera el aliento ante lo que podría ocurrir.
Damon no apartó la vista de Lyra.
En sus ojos se mezclaban enojo, rabia… y un dolor tan profundo que ella no pudo sostenerle la mirada.







