Mundo de ficçãoIniciar sessão—Vamos, Lyra. Dejemos que los cachorros sigan midiendo sus colas…
La voz de Selene cortó el aire como una hoja afilada.
La sonrisa que acompañó sus palabras era perfecta, elegante, pero detrás de ella se percibía la tensión, un brillo de celos contenido que ni el más pulido control podía ocultar.
Tanto Damon como Alaric y Draven la fulminaron con la mirada.
El joven Alfa apretó la mandíbula hasta que un músculo se marcó en su cuello, los príncipes en cambio sonrieron apenas, con ese aire de desafío que no necesitaba palabras.
Pero cuando vieron a Lyra apartarse junto a la Luna, los tres se quedaron quietos, fijos, como bestias que contenían el impulso de seguirla.
Solo cuando las dos mujeres se perdieron entre los senderos floridos del jardín, el ambiente se relajó… aunque la calma era más bien el preludio de una tormenta.
**
Selene caminaba en silencio, el vestido blanco ondeando tras ella como un hilo de luz.
Lyra la seguía a pocos pasos, intentando calmar la respiración.
Podía sentir aún la energía de los gemelos pegada a su piel, esa mezcla de fuego y acero que dejaba el cuerpo temblando.
A su loba le costaba contenerse; cada fibra pedía volver junto a ellos.
—Debo admitir —empezó Selene, rompiendo el silencio— que cuando llegué aquí tenía miedo de conocerte.
Lyra se detuvo.
La Luna la miró con serenidad, aunque en el fondo de sus ojos azules brillaba algo más oscuro.
—Damon… —continuó ella—. Desde que lo conocí, sus historias de niño siempre te mencionaban. Y no como a una amiga o una protectora… él te quería, Lyra.
Y, por lo que vi el día de mi llegada, tú también.
Lyra tragó saliva, bajando la mirada.
—Luna Selene…
—Solo dime Selene —interrumpió suavemente—. No hace falta que te justifiques. Lo entiendo.
Pero quiero dejarte algo muy en claro. —Su tono se volvió más firme, casi gélido—. Me alegra que tu destino esté lejos de esta manada. De mi manada.
No podría vivir tranquila sabiendo que tú aún estás aquí.
Pareces buena chica, incluso los alfas te tienen en estima… en verdad deseo que en Artheon seas feliz.
Tanto como yo espero serlo aquí, con Damon.
Lyra la miró en silencio, sin rastro de enojo. Solo cansancio.
—También lo espero, Luna —respondió con un leve asentimiento—. Ahora, si me disculpas, debo regresar.
Selene no dijo nada más.
La observó alejarse con paso sereno, y cuando quedó sola, exhaló despacio.
No la odiaba, pero su loba rugía dentro. No soportaba la fragancia de Lyra impregnando a su pareja, ni la forma en que Damon había temblado al verla.
Sabía que el vínculo de ellos no estaría completo hasta que él la marcara.
Pero con la repentina aparición del celo de Lyra, Damon había evitado hacerlo. Ni siquiera la había tocado en semanas.
Selene alzó la vista hacia el cielo, invocando paciencia.
Solo deseaba que cuando Lyra se marchara al sur con los príncipes, Damon volviera a ser el líder que debía ser.
Su líder.
Su pareja.
**
El regreso de Lyra fue como encender una chispa en un campo seco.
El bullicio en el patio de entrenamiento se detuvo apenas ella cruzó los límites del claro.
Alaric y Draven estaban frente a Damon, y entre ellos, Teo intentaba contener lo inevitable.
—¡No pueden! —gruñó Damon, el aire vibrando a su alrededor.
—Eso no lo decide usted, Alfa Damon —replicó Alaric, con una sonrisa peligrosa—. La luna habló por todos nosotros.
—¡Ella pertenece aquí! —bramó Damon, su voz rompiendo el silencio de la manada que comenzaba a reunirse alrededor.
Draven dio un paso al frente, su mirada dorada encendida.
—Ella pertenece a nuestro lado.
Lyra se quedó quieta unos metros detrás, observando la escena con el corazón encogido.
Las miradas, los gruñidos, el poder contenido en el aire.
Sabía que aquello podía terminar mal si alguno daba un paso en falso.
—¿Qué sucede aquí? —preguntó, avanzando hasta quedar frente a los tres.
Damon giró hacia ella con desesperación.
—Lyra, diles que no te irás.
Ella lo miró largo rato.
El dolor y la furia se mezclaban en su pecho, pero no podía permitir que la manipulara más.
—¿Por qué debería hacerlo? —preguntó con calma gélida—. Ellos son mis parejas. En cuanto mi familia esté lista, marcharemos al sur.
Las palabras cayeron como un golpe seco.
Los gemelos sonrieron al unísono.
Draven la tomó suavemente por la cintura, Alaric la imitó del otro lado, y ambos inclinaron la cabeza hacia ella, orgullosos.
—¿Ya lo decidiste, lunita? —murmuró Draven, con ese tono grave que la estremecía.
—¿Vendrás con nosotros? —añadió Alaric, su voz más cálida, casi una caricia.
Lyra los miró a ambos.
—Sí… pero antes de marchar, me gustaría hablar con ustedes a solas.
El brillo que encendió los ojos de los gemelos fue puro fuego.
Damon, en cambio, sintió que algo se rompía dentro de él.
Apenas Teo lo sujetó por el hombro, Damon lo apartó de un empujón y dio un paso al frente.
—Lyra, ¿qué crees que estás haciendo? —gruñó, su voz cargada de rabia y miedo—. ¡Ni siquiera los conoces!
Lyra se volvió lentamente hacia él, su rostro sereno, aunque sus manos temblaban.
—Tengo entendido que el viaje al sur lleva tres días.
Puedo conocerlos en el camino.
Damon soltó una risa amarga, rota.
—Esto es una maldita broma…
Draven suspiró, fastidiado.
Se apartó de Lyra y avanzó hacia el joven Alfa, su sombra proyectándose como una amenaza tangible.
—Cuidado, norteño —advirtió, con voz baja pero cargada de poder—. Estás a punto de sobrepasar los límites.
El aire se volvió denso.
Los guerreros del norte rodearon instintivamente a su líder, mientras los lobos del sur —acompañando a los príncipes— tensaban los músculos, listos para intervenir.
El campo de entrenamiento, que hacía minutos estaba lleno de risas, ahora respiraba violencia contenida.
Damon no retrocedió.
—Ustedes no entienden nada. Ella… ella pertenece aquí. Es de esta tierra, de este valle. Su sangre, su manada, todo está aquí. No pueden simplemente llevársela.
—No estamos pidiendo permiso —replicó Alaric, cruzando los brazos.
Draven sonrió con una calma letal.
—Y si crees que puedes impedirlo… inténtalo.
El poder de tres alfas chocó en el aire como relámpagos invisibles.
El suelo tembló bajo los pies de los presentes, y los más jóvenes dieron un paso atrás, temerosos.
Lyra sintió cómo su loba se agitaba, amenazando con romper el control.
El vínculo con los gemelos palpitaba dentro de ella, respondiendo a la llamada de sus almas.
Pero al mismo tiempo, la conexión con Damon —ese hilo invisible forjado por años de cariño— tiraba de ella en sentido contrario.
—¡Basta! —gritó, su voz resonando con una fuerza que sorprendió a todos.
El silencio cayó de golpe.
Lyra avanzó entre ellos, los ojos brillando con un tono plateado que no había mostrado antes.
El poder lunar vibraba en su interior, reclamando equilibrio.
—No voy a permitir que conviertan esto en una lucha territorial.
Yo no soy un trofeo ni una guerra.
Mi decisión está tomada, pero la tomaré por mí misma… no porque ninguno de ustedes la imponga.
Alaric y Draven bajaron la cabeza en señal de respeto, aunque el orgullo en sus miradas seguía intacto.
Damon, en cambio, respiraba con dificultad, la rabia quemándole las venas.
—Lyra, te lo ruego… —su voz se quebró, apenas audible—. No vayas.
Ella lo miró con tristeza.
—Fuiste mi mejor amigo, Damon.
Y si me quisiste alguna vez, entonces déjame ir.
Sus palabras lo atravesaron como una daga.
El joven Alfa retrocedió un paso, los puños cerrados, mientras la manada observaba en silencio.
Selene, desde la entrada del patio, los miraba con el corazón acelerado.
Podía sentir la fractura que se abría entre todos.







