Capítulo 13. — Despedida.

Horas después, el sol ya estaba alto cuando los tres salieron de la suite.

No lo hicieron porque quisieran, sino porque el deber llamaba.

En el patio principal del palacio, la comitiva norteña ya estaba lista: dos SUV negros con las placas del valle, escoltados por cuatro guerreros del norte y cuatro del sur.

Héctor y Teo esperaban junto al primer vehículo, con las mochilas al hombro y las caras más serias de lo habitual.

Lyra bajó los pocos escalones que separaban la entrada del patio, todavía con una de las camisas de Alaric puesta como vestido improvisado, el pelo revuelto y la cara recién despierta.

Alaric y Draven la flanqueaban, también con el torso desnudo, las marcas frescas y rojas en sus cuellos brillando bajo la luz del mediodía como medallas de guerra y de amor.

Héctor fue el primero en verlos.

Sus ojos se posaron en el cuello de su hija (las dos mordidas perfectamente simétricas, una a cada lado) y luego en las marcas idénticas que llevaban los príncipes.

Una
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