Lyra, en su habitación, no logró conciliar el sueño. Demasiada información, demasiadas emociones. El sur era un torbellino implacable, y desconocido para ella aún. Se revolvió entre las sábanas de seda, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Suspiró, intentando calmar la tormenta que se desataba en su interior.
De pronto, sintió que la puerta se abría lentamente. Se giró y vio a Alaric y Draven entrar en la habitación, sus ojos brillando con preocupación a la luz de la luna.
—No podíamos dormir —confesó Alaric, acercándose a la cama—. Sentíamos tu inquietud.
—¿Estás bien, pequeña luna? —preguntó Draven, sentándose a su lado y tomándole la mano—. ¿Te preocupa algo?
Lyra suspiró y se incorporó, apoyándose en el cabecero de la cama.
—Es todo tan nuevo —dijo, con la voz cargada de emoción—. El sur, el dejar mi manada, la idea de ser su compañera… Todo es abrumador.
Los gemelos se miraron entre sí, comprendiendo la magnitud de sus palabras. Se sentaron a su lado y la ab