(Epílogo – Parte V–AERVAL, EL NIÑO REY (Años 96–128))
Aerval tenía nueve años cuando Maelor murió. La mañana del funeral, no lloró. No porque fuera fuerte, sino porque no sabía dónde dejar las lágrimas. Los adultos hablaban en voz baja a su alrededor, tocándole el hombro con una delicadeza incómoda que lo hacía sentirse menos niño y más objeto. Aelinne, su madre, caminaba detrás de él con pasos lentos y medidos, como si contara cada respiración para no romperse o para no revelar que ya estaba rota desde antes.
La regencia cayó sobre ella como una capa demasiado pesada. El consejo la aceptó sin resistencia; nadie quería un vacío de poder justo cuando los Theremir agitaban las fronteras del norte y los Morvend reclamaban derechos fluviales sobre Esmiel. Pero Aelinne no buscaba poder. Buscaba estabilidad. Control. Silencio. Y, tal vez, algo parecido a venganza, aunque nadie sabía exactamente contra quién.
Aerval lo notó desde el primer mes: su madre hablaba por él en las audiencias, deci