Año 1, Día 12 – Véldamar
La nieve del invierno se derretía ya en los caminos, y con ella parecía deshacerse la penuria que había marcado los últimos meses. Las bodegas de Véldamar, alguna vez casi vacías, volvían a oler a grano y pescado seco. Los mercados abrían al alba, y en Puerto Estrella los muelles resonaban con martillazos de carpinteros y velas nuevas ondeando al viento.
La mina de Akaroth había comenzado a producir discretamente. No eran aún lingotes ni tesoros, sino sacos de mineral que llegaban de noche, escoltados y ocultos entre caravanas de leña. Amelia se encargaba de que nada faltara: había convencido a los gremios locales de apoyar el proyecto, había traído escribas para vigilar las cuentas y había distribuido grano a las aldeas más golpeadas por el hambre. Dravena, al fin, respiraba.
—El oro empieza a calentar nuestras manos —le dijo Seris Talen a Amelia en una de sus reuniones nocturnas—. Pero recordad: el oro también quema.
Amelia solo respondió con una media sonri