Me toma un tiempo llegar a casa de mi madre. El trayecto desde el hospital hasta aquí, ha sido largo y silencioso. Y aunque intento concentrarme en el paisaje que pasa tras la ventanilla del taxi, mis pensamientos pululan entre Aarón, Esther y las palabras que quedaron flotando en el aire. No sé que encontraré aquí, pero necesito respuestas, necesito algo que me ate a ella, que haga que todo esto valga la pena.
Cuando me bajo del taxi, el sol comienza a bajar pintando el cielo de tonos cálidos que se reflejan sobre el césped cuidadosamente casi artística. Luce preciosa, vestida de jardinera con un sombrero de paja que le cubre el rostro parcialmente. Sus manos enguantadas están manchadas de tierra, moviéndose entre tallos y pétalos. Al verme, deja caer sus herramientas y corre hacía mi. Su abrazo es efusivo, cálido y huele a tierra mojada, flores frescas y algo más, algo familiar. Instintivamente correspondo el gesto, dejándome envolver por esa sensación extraña, pero reconfortante