La arruga en la frente de Jake se acentuó. —No, tío. No sentí nada. Cuando mi lobo los oyó, se dio la vuelta—.
Mierda.
El alivio me golpeó tan fuerte que mi lobo se dejó caer al suelo.
—No quiero ni oír ni un solo chisme sobre esto —logró decir Enzo—. Si me entero de algún chisme, te muero.
—Entendido, hombre. Alto y claro. —Jake lo saludó, consciente de que el peligro inminente ya había pasado—. Felicidades por sellar tu vínculo. Tienes una marca excelente. —Señaló el hombro de Enzo. Enzo torció la cabeza para mirar. No pudo haberlo visto, pero su postura cambió. Se sintió más orgulloso, de alguna manera.
Gruñó, lo más cercano que le daría a Jake como agradecimiento.
Dicho esto, agarró a mi loba por la cintura y se la llevó. Ella le gritó, y él dijo mentalmente: «Voy a tener que matarlo si no te tengo en mis brazos».
Ella se relajó.
Y le lamió la cara.
Estaba sucio. Asquerosamente sucio. Los dos lo estábamos.
Si yo fuera el que lo lamiera, me habría atragantado.
Pero a ella parecía g