Nunca había oído hablar de un lobo macho que se pusiera nervioso cuando la hembra con la que quería aparearse estaba cerca del celo, y parecía un desastre. Pero Amarillis y Enzo eran la única pareja que conocía de verdad.
Y no quería ni necesitaba ese recordatorio del infierno con el que había estado lidiando cada mes desde que conocí a Hunter.
Esta sería la decimocuarta vez que sufrí los múltiples días de agonía que acompañan el hecho de ser una mujer lobo cada mes.
Si lo hubiera pasado con un hombre lobo, habría terminado en pocas horas.
El lobo de Hunter no aceptaba que lo pasara con otra persona, y él y yo no queríamos acostarnos. Así que sufrí.
Estaba empezando a odiarlo por eso, y no sabía cómo parar. Ni siquiera sabía si debía hacerlo.
Tampoco estaba segura de cómo terminar con el infierno en que se había convertido mi ciclo. Amarillis y Sydney, mis mejores amigas, llevaban al menos seis meses insistiéndome en que saliera con alguien. Pensaban que eso haría que Hunter decidiera