Felipe tenía el semblante tenso mientras avanzaba hacia el hombre de la barra. Sus ojos oscuros, cargados de un peso que parecía imposible de llevar, reflejaban algo más que preocupación. Era rabia contenida, un fuego que ardía bajo la superficie y que solo él sabía controlar. Valeria lo observaba desde atrás, intentando descifrar sus intenciones, pero Felipe era un enigma. Siempre lo había sido.
El bar, llamado “El Refugio”, no hacía honor a su nombre. A pesar de la música suave y las luces tenues, el aire estaba cargado de una tensión que se sentía en cada rincón. Las miradas furtivas de los pocos clientes presentes parecían buscar algo, o tal vez a alguien. Valeria apretó los labios, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. Sabía que estaban entrando en terreno peligroso.
—¿Estás seguro de esto? —le susurró Valeria a Felipe, mientras caminaban hacia el hombre con la cicatriz en la mejilla.
Felipe no respondió de inmediato. Su mandíbula se tensó, y el pequeño tic en su ceja izquie