137. CONTINUACIÓN
A pesar de mis denodados esfuerzos por mantener a flote ambas empresas, me sentía impotente. Nada de lo que hacía parecía dar resultados, mi mente nublada por la constante preocupación por mi esposa desaparecida. De repente, una voz familiar cortó el aire tenso de la oficina, como un faro en medio de la tormenta.
—Veo que te están comiendo vivo y tú te dejas —declaró mi tía Josefina, irrumpiendo en el despacho con la fuerza de un huracán. Tras ella, un grupo de mujeres de aspecto peculiar, cubiertas de tatuajes y cargadas de computadoras portátiles, entraron silenciosamente, saludando a mi tía con una inclinación de cabeza antes de comenzar a conectar sus equipos a la red de la empresa.
Tía Josefina, sin ceremonias, me apartó de la computadora donde las acciones de las empresas seguían en caída libre.
—Mira y aprende —ordenó, sus ojos brillando con determinación.
Ante la mirada atónita que seguramente tenía, mi tía comenzó a maniobrar con destreza, dirigiendo al equipo con voz firm