~Analía~
—¿Le dicen el alacrán? Lo interrogo, afirmando mis manos en la mesa. —Todos lo conocen así, es tan cruel y tan despiadado que le tienen miedo. La mayoría de la gente no sabe quién es realmente, pero preguntas por él alacrán y todos sabrán quién es. ¿Tanta influencia ha generado estos años? Maldito. —Cuando sepa que eres una vendida te buscará hasta debajo de las piedras, te salvó la vida y tú eres una mugre traicio… No lo dejo terminar de hablar y le doy un golpe en la boca. —Cállate —lo quedo mirando—. El único que vale poquito aquí eres tú, ¿sabes por qué? Vas a seguir siendo un miserable en la cárcel o fuera de ella. Empiezo a caminar para irme y lo escucho hablar. —Maldita. Me giro sobre mis pies y con una sonrisa le respondo. —Yo soy una maldita perra. [….] —¿Dónde carajo estabas? Llevo horas preguntando por ti. La voz de Alex me hace levantar la cabeza, tiene sus brazos cruzados. ¿Por qué el maldito es tan atractivo? —¿Tengo que rendirte cuentas? No te confundas, yo soy una de las socios mayoritarias… —Y yo el puto dueño. Me calla. ¿Puede ser más insoportable y engreído? —¿Qué necesitas? —Hay una junta en la tarde, quiero que estés, es mi departamento, te mandé la dirección por correo. —¿Una junta en tu departamento? Es raro, está la sala de juntas. Me queda mirando detenidamente, da unos pasos hacia mí, quedando detrás de la silla, sus manos van a mi cuello y lo acaricia con sus largos dedos. —¿Te da miedo ir a mi departamento y perder el control conmigo? —baja sus dedos en dirección a mis senos—. No huyas del sexo, siempre se disfruta. Cierro mis ojos unos segundos dejándome llevar de sus caricias. —Huyo de ti porque me mientes, no confío en ti —reacciono, alejándome—. Yo sé lo que vi, no eres quien todos creen. —No viste nada, no sabes nada —camina hacia mí—. Te recomiendo que olvides lo que viste si no quieres… Decido acercarme yo, de manera sensual y provocativa, sus labios a pocos metros de los míos, mis ojos en los suyos y mis dedos recorren su abdomen. Rozo mis labios con los de él, dejando que sienta lo que está deseando. —¿Qué decías? —susurro, cerca de sus labios—. Repite, por favor… Aprieto su entrepierna, logrando que se le escape un jadeo. Pienso que tengo el control, hasta que me agarra del cuello y con agilidad me voltea, dejándome de espaldas hacia él y pegada al escritorio. Puedo sentir su cercanía. —No me provoques si no dejarás que te toque —desliza uno de sus dedos por mi pierna, lo hace tan lento que siento mi pulso acelerarse—. Te haré mía si vuelves a coquetearme. Volteo mi cabeza para verlo, sonriendo me giro, quedando en medio de sus brazos, mi vestido se ha levantado, tomo su mano y la llevo hasta mi entrepierna, lo hago apretar y me muevo un poco. Sus ojos tan llenos de maldad me miran con deseo. Su cuerpo fornido pegado al mío me genera sensaciones difíciles de explicar. —Quiero besarte. ¿Puedo? Musito, sin dejar de mirarlo. Es tan evidente que está funcionando el plan de seducirlo. —Lo haré yo. Empieza a acercarse, puedo sentir su aliento chocar con el mío, puedo sentir sus manos apretando mi cintura, su pierna entre las mías, y el coqueteo entre los dos es tan evidente que no podríamos negarlo. Está por besarme, y con una sonrisa llena de maldad me hago a un lado. —Qué fácil eres, Alex Morris —suelto una risita, cruzándome de brazos—. Eso es para que te des cuenta que sí puedo ser tu debilidad. —No tengo debilidades, tú fuiste un paso en falso. Su expresión llena de rabia me hace sonreír, yo quería verlo mal, y se está cumpliendo. —¿Sabes que me acabas de declarar la guerra? —muerde su labio—. Tú serás mía, nadie se resiste a mí. Mi sonrisa no se borra. —¡Jódete! Me saca los dos dedos del medio y se aleja, no evito reírme por su cara. —Alex. Lo llamo. —Enséñame a disparar, quiero aprender a defenderme. Dejo salir las palabras, logrando que se detenga y voltee a verme, su expresión se ha vuelto más dura. —Qué ridícula eres —masculla, mirándome—¿Por qué te enseñaría? Dame una razón válida. —Te salvé el puto trasero, casi me matan porque no sé disparar, necesito defenderme, no sé qué me espera trabajando contigo. Camina hasta el bar y se sirve un trago. —¿Me enseñarás a disparar? Quiero aprender a defenderme, y tú lo sabes hacer, no eres quién dices ser. Se da un trago, mirándome. —Olvídate que te voy a enseñar, no te conozco, me podrías dar un tiro. —Te salvé —le recuerdo—. Merezco que me enseñes. Niega con su cabeza, tiene esa sonrisa que me hace pensar que se cree superior a todos. —Mereces morir. Me guiñe un ojo. —Y tú mereces que yo te mate. Giro los ojos, tomando mi distancia. Veo a la distancia que viene Mariana, no confía en mí, y yo tampoco en ella, es mi hermana, pero la quiero lejos de Alex. —Bésame ya mismo. Le ordeno. —Sabía que no te podías resistir, pero no que tanto. —Dije que me besaras… Me agarra de la cara con fuerza, sus labios chocan contra los míos, logrando que mi cuerpo se tense, sus labios siguen siendo tan suaves como antes, su manera de besar tan cautivadora y con ganas de querer controlar el beso. Mi corazón se ha acelerado, y mis piernas están temblando. «Basta». Muerdo sus labios tomando el control del beso, se le escapa un gemido y me alejo con una sonrisa, sabiendo que lo he dejado con ganas de seguir. Me inclino, quedando cerca de su oído y le susurro. —Eres tan débil que ni siquiera te diste cuenta de que tu novia nos está mirando. Su expresión de coqueteo cambia y se queda mirando a Mariana, que tiene sus ojos llenos de lágrimas.