Capítulo 0005

La camilla, trasladada por un personal médico, atravesaba las puertas de emergencia de la clínica a la que fue llevada Pilar. 

Peter también corría al lado de ellos. No hablaba, no interrumpía lo que decían entre sí los doctores, solo respondía preguntas, como la edad que tenía la paciente o alergias que ella pudiese tener. Cuando alguien le preguntó cuántas semanas de gestación tenía, fue la primera vez que separó sus ojos del cuerpo desmayado de Pilar. Le dio vergüenza y rabia responder que no sabía, que apenas ese día se acababa de enterar. Los

doctores no le dieron mayor importancia al que no supiera, ya lo descubrirían, y se llevaron a Pilar lejos de él, sin dejarle avanzar más por los pasillos, dejándolo rezagado y sin noticias. 

—Mi hijo... ¡¿Y mi hijo?! —Pilar despertó una hora después de haber sido ingresada, aún alojada en el área de emergencia, aunque esta vez en una zona de recuperación. 

—Pilar, tranquila, tranquila, todo está bien —le dijo una de las enfermeras que al ver quien había ingresado con aquel lamentable cuadro clínico, se quedó a su lado en casi todo momento. 

Pilar, al escuchar su nombre, abrió los ojos y se encontró con una de sus antiguas compañeras de trabajo.

—Oh, gracias a Dios. Por favor, dime que no lo he perdido. Estuve botando mucha sangre, ¿tuve un aborto espontáneo? —preguntó Pilar con lágrimas en sus ojos, intentando incorporarse en la camilla. 

La enfermera se lo impidió y la tranquilizó con un gesto ameno en su rostro.

—Sigues embarazada, tranquila. Tu bebé está a salvo. —La madre sintió un alivio recorrer su cuerpo—. Al parecer no es un embarazo de alto riesgo. El doctor hablará contigo, debo avisarles ya has despertado. ¿Tuviste una fuerte impresión? Quizás fue eso lo ocasionó el sangrado. También debo avisar a tu esposo...

—¿Qué? —El corazón de Pilar rebotó con un gran salto—. ¿Peter está aquí?

La enfermera no entendió por qué la pregunta.

—Claro que sí, él fue quien te trajo. 

Pilar entonces recordó de súbito todo lo ocurrido en el apartamento, sus recuerdos afincados en la firma del divorcio. Ya él no era su esposo, aunque ella supiera que para hacerse oficial esa realidad, los documentos debían llegar a manos del abogado. Pero ya su firma fue puesta sobre los papeles, ya no era Pilar de Embert, sino únicamente Montenegrino. 

—Él tiene mucha culpa de que yo esté aquí —enarboló Pilar con rabia, una voz teñida de dolor por todo lo que conllevaba esa separación y la razón por la cual ella no le explicaba a Peter todas las cosas. 

Entonces, miró bien a su antigua compañera de trabajo, miró sus ojos y con determinación, aunque algo de duda, le relató un poco lo que sucedió antes de ser ingresada y le pidió un favor con un poder de convencimiento que ella pensó no volver a utilizar. 

—¿Cómo me pides algo así, Pilar? No puedo mentirle a ese hombre en su cara con algo tan serio. Si un doctor se da cuenta, sabes que puedo ir despedida y hasta me podrían quitar la licencia de enfermera.

Pilar tenía buena memoria. Trabajaba independiente y a domicilio desde hace más de cinco años, pero recordaba bien a sus antiguos amigos de ejercicio y sabía que esa mujer era buena gente, pero le gustaba el dinero, así que le ofreció pagarle por ese favor y la convenció diciéndole que la mentira que le diría al hombre que estaba afuera, era únicamente para que éste se fuera de la clínica. Ya ella hablaría con él y le contaría la verdad, pero el objetivo de Pilar para que la enfermera la ayudara, darle un pulso a su exesposo por haberla maltratado, darle un susto nada más, una mentira, que piadosa, se vestía de gravedad. 

Afuera de esa área médica, en uno de los pasillos, Peter, sentado e impaciente, recibió una nueva llamada de su empleada C.H, a la que contestó. Aquella mujer andaba muy insistente por saber de él, enterarse de lo que sucedía entre él y su mujer. El agente solo pudo decirle que hablaría más tarde con ella, no quiso contarle dónde se encontraba ahora. La sintió muy rara, para él fue muy extraña esa nueva llamada.

Una enfermera vestida con todo su blanco uniforme se le acercó, palmeó su hombro y lo miró al rostro con una expresión de tristeza.

—¿Señor Embert?

—Sí, ¡soy yo! —Él se puso de pie de inmediato—. ¿Cómo está mi esposa? Dígame, por favor. 

La enfermera dejó de sentir dudas con respecto a hacer “ese favor” cuando escuchó a ese hombre llamar a su amiga así, «esposa», sabiendo que ya no lo era, entendiendo que él mismo fue quien pidió el divorcio echándola a la calle con tan solo una maleta. 

—Señor Embert, debo informarle que lamentablemente...

Peter escuchó cada palabra, dejándose caer en la silla, sin expresión alguna en su rostro, sintiendo una fuerte presión en su pecho. 

—Lo siento mucho, señor. Con permiso, debo retirarme. 

A Peter no le dio chance, y tampoco energía, para preguntar por qué una noticia así se la estaba dando una enfermera y no un doctor. No pudo moverse durante muchos minutos. No pudo contestar llamadas, no escuchó tan siquiera el común ruido de la clínica a su alrededor, solo pudo replicar en su cabeza las palabras de la mujer que se fue pasillo adentro luego de haberle arrojado semejante bomba sobre su rostro.

Del bolsillo interno de su chaqueta, sacó la imagen de ecografía que por alguna razón no quiso soltar desde que la encontró dentro de la gaveta. Tocó la imagen blanco y negro y apretó los dientes, batallando en contra de la debilidad que sintió en ese momento.

«Esto fue por tu culpa, Pilar. Lo has hecho tú con tus mentiras», pensó con rayos de disgusto recorriendo su cuerpo y su psiquis, nublando su mente, levantándolo de esa silla y alejándolo de la clínica. 

La enfermera entró de nuevo al rincón de emergencia donde Pilar se encontraba. 

—¿Lo hiciste? —preguntó ella con el corazón en un puño. 

—Lo hice. Ya le dije a tu exesposo que has perdido el niño. Ya está hecho. 

Pilar no quiso asentir o negar, tampoco decir una sola palabra o hacer un solo movimiento, apenas respiró al escucharla. Comenzaba a sentir los indicios de la pesadez y magnitud de lo que había hecho. 

—Gracias —pudo apenas decir, mientras secaba sus lágrimas y acariciaba su vientre de manera protectora, sintiendo un sabor amargo en su boca y un hueco en su pecho—. Por favor, anota tu número de cuenta. Al salir de aquí te transferiré la cantidad que te prometí. 

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