Capítulo 0002

Pilar clavó su mirada en los documentos que definían el término de cinco años de matrimonio.

Ella sentía toda la culpa, aunque no la tuviese, aunque fuese víctima de algo que no podía contar. Hace dos años las cosas en su vida se oscurecieron y aunque tenía las enormes ganas de relatarle todo a Peter, quien además es el gran jefe y dueño de una empresa de seguridad, no podía. ¿Cómo lograría que él confiara en ella ahora y que desistiera de divorciarse?

Se giró con un rostro de absoluta tristeza.

—No estarás hablando en serio, tú no quieres el divorcio.

—¿Qué necesitas, una pluma? —Él caminó de prisa hacia la mesa baja de la sala y alcanzó una estilográfica que lanzó sobre la mesa del comedor—. Firma y te vas.

Pilar apoyó su cuerpo en la mesa sintiendo un repentino mareo que rápidamente pasó.

Peter se mantuvo estoico, fingiendo no haber notado el desvanecimiento, sin embargo se prometió no dejarse engañar por ella, en ese momento no sabía de lo que ella era capaz.

Pilar negó con su cabeza y secó sus lágrimas.

—¿Tirarás cinco años de matrimonio sin darme una oportunidad? —Lo miró, él exhaló aire por su boca, parecía harto de escucharla—. ¿Qué pasará con el amor que nos tenemos? Pensaba que era lo más fuerte entre nosotros...

—No sigas, Pilar.

—Las noches de disfrute, nuestros desayunos en la playa, los viajes, las salidas con amigos, nuestras escapadas —lo miró de nuevo—, nuestro deseo de tener un hijo. —Su llanto aumentó con esas últimas palabras, tocando su vientre por inercia.

La mole que era el rubio Peter Embert, aún usando su lujosa chaqueta que solía combinar siempre con un jean, más sus botas de escuadrón, se acercó como pantera hacia ella sin creer que utilizara esas argucias para convencerlo y que echara a un lado como si nada las poderosas pruebas de su infidelidad.

—Eres la única culpable de todo esto. Lo dañaste por completo el día que decidiste verme la cara de idiota y te fuiste con él para luego regresar aquí como si nada hubiese pasado. —Se echó a un lado para levantar la pluma y estamparla con fuerza sobre la carpeta—. Firma el maldito divorcio, agarra tus cosas y te vas del apartamento.

Él se apartó de ella y se fue rumbo al bar para ahogar su amargura en un trago, el más fuerte que encontrara, pero ella creyó que se iría a la cocina y corrió detrás de él, frenando en seco en medio del camino, su cuerpo apuntando hacia la nevera donde guardaba parte de la sorpresa que le tenía preparada. Lo que menos quería ella era que Peter se enterara del embarazo de esa manera.

—Sé que estás dolido y siento mucho haberte mentido. Sé que crees lo peor de mí, pero nunca te engañé, todo tiene una explica...

—¡¿Qué vas a explicar, Pilar?! —Se giró, soltando los utensilios del bar para enfrentarla—. Me he casado con una enemiga. Y además, tonta.

—¡No te permitiré un insulto más!

—Si querías ocultarle tu segunda vida a tu pareja no debiste haberte casado con un maldito agente de seguridad. ¿Qué pretendías? ¿Que nunca me iba a enterar? ¿Eso pensaste? ¿Que mi agencia jamás intentaría atrapar a ese delincuente? Casarte conmigo no ha sido lo más inteligente que has hecho. ¡Y no quiero nada de ti! —Él no aguantó y se acercó a ella en dos zancadas, la tomó del brazo y la arrastró hacia la puerta, llevándose consigo la carpeta que agarró en voladas desde la mesa—. Si no firmarás ahora, lo harás fuera de aquí.

—¡Suéltame, suéltame, Peter!

Pilar luchó con todo hasta soltarse, corriendo veloz hacia la recámara, encerrándose con llave.

—¡Abre la puerta, Pilar! ¡Sal de allí!

—Deja que al menos tome mis cosas en paz, ¡y no me volverás a maltratar! —gritó con toda la potencia de su voz, la rabia por toda la situación y el maltrato que él le confería, mientras daba golpes a la madera blanca con sus palmas abiertas.

Se dirigió al amplio armario, casi un cuarto. De una gaveta sacó un joyero y sustrajo de él un teléfono celular.

Lo encendió, sintiendo que tardaba demasiado. Se sentó en un puff ubicado en medio de toda la ropa y zapatos e hizo una llamada, teniendo éxito al tercer repique.

—¿Pilar?

—Mireya, Peter se enteró de lo que sucedió en Grecia, me ha visto en unas fotos.

—¡Rayos!

—Tengo que decirle, Mireya, está enloquecido, cree que lo engañé.

—¿Qué? ¡No puedes decirle nada!

—Entiendo que tengas miedo, pero perderé mi matrimonio...

—¡Y yo la vida! ¡Y me quitarán a mi hijo! Sabes que Karlos está enterado que somos dos. Si le cuentas a tu esposo la verdad, Tarsis se enterará, luego irá a por mí, me encontrará y acabará con mi vida en un segundo. Y después irá a por ustedes y esta vez no le importará que mi hermana gemela esté casada con un agente de seguridad.

Las palabras de Mireya provocaron que Pilar se deslizara del puff hasta caer en el suelo.

—Si Peter te ama comprenderá que no lo has engañado. Investigará y tal vez... Hermana, no le cuentes de mí, por favor, no todavía, te lo ruego.

—¿Quieres que mi esposo siga pensando que lo traicioné? Jamás me perdonará, tengo que explicarle...

—¡No! Por favor, hermana, no lo hagas. No por ahora, no todavía. Sé fuerte, no lo hagas, aguanta un poco más.

—Mireya...

—Por favor, te lo ruego.

Pilar dejó caer su mano, despegando el celular de su oreja, trancando la llamada.

Lanzó un golpe al suelo con sus puños y un gruñido emanó desde lo más profundo de su ser, desatando un fuerte llanto que estuvo apunto de ahogarla.

Estaba perdida. Conocía a su esposo, un hombre correcto, alguien que seguía la ley en todas sus posibilidades. Además de excelente pareja, atento, apasionado y capaz de hacerla feliz, Peter Embert la amaba tanto como ella a él. Si no le decía la verdad, jamás vería con otros ojos u otro ángulo lo que las fotos retrataban.

Pero su hermana era dueña de esa verdad, manejó el destino de ambas desde hace dos años, e incluso mucho antes al dar a luz al hijo de un mafioso, condenándose. Y bien sabía Pilar que Mireya tenía toda la razón: tal vez ella perdiera un matrimonio, pero aquella perdería la vida.

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