Capítulo 0003

Pilar se enderezó, limpió su cara y poco a poco fue llenando una maleta con lo más necesario, derramando esas lágrimas acalladas que ya salían sin esfuerzo alguno. Se dirigió hacia su mesa de noche y abrió la gaveta. Miró desde allí la ecografía de su bebé, la que le enseñaría a Peter junto con el pastel. Apenas tenía diez semanas de embarazo, pero en el eco pudo ver a su gran sueño gestarse.

«Si se lo digo ahora pensará que lo hago para amarrarlo y capaz...» Sus pensamientos dieron un alto gracias al nivel de tristeza que los formaba. «Capaz piense que no es suyo». Ella aún no creía encontrarse en esa situación y la absoluta desconfianza que recibía de su marido. «Pero él tiene fotos de mí y conoce al personaje que estuvo conmigo esa noche», concluyó, sintiéndose aún más perdida que antes.

Guardó en su maletín el móvil con el cual se comunicaba con su hermana y dejó dentro de la gaveta el suyo.

A punto de tomar la ecografía, un nuevo toque en la puerta la interrumpió.

—¡Pilar! —Peter gritó de nuevo, perdiendo los estribos, ni él mismo se conocía—. Sal de allí ahora mismo, o tendré que llamar a... —Calló. «¿Qué cosas estoy diciendo?», se preguntó.

Apartó sus manos del marco de la puerta como si ésta quemara y se fue casi tambaleante hacia cualquier superficie que le sostuviera, encontrándose la mesa del comedor.

Las fotos seguían allí, parecían querer ser vistas. Tomó una de ellas y recordó el momento exacto que vio esa imagen que tenía en su mano por primera vez, cuando una de sus empleadas, Carol Herly (apodada por el escuadrón como C.H), sub-líder del equipo de investigación de asuntos del mediterráneo, le convocó para mostrarle algo que podría molestarle. Y vaya que sí le molestó. No solo fue molestia, la información cambió su vida. Él, muy enamorado de su querida esposa, sintió como un golpe bajo todo lo que C.H le enseñó y contó sobre uno de los objetivos a investigar, Karlos Tarsis, y sobre Pilar Montenegrino.

Miró la imagen una vez más, ella entraba al hotel junto a ese hombre, quien apoyaba una despreciable mano en su espalda baja. Siendo un poco masoquista, observó la mirada de Pilar en ese momento: carecía de emoción y parecía tener algo de... ¿miedo?

—¡No! —No se dejaría engañar.

Dejó la foto sobre la carpeta con un golpe seco y sintió movimiento tras suyo. No quería voltearse, pero jamás demostraría lo tan destructiva que era para él aquella situación.

Pilar caminó hacia él llevando una maleta de ruedas consigo.

—Así como tú dijiste hace un rato —habló ella—, por los cinco años de casados, dame una oportunidad de...

—Oportunidad de nada, Pilar. —La miró a los ojos—. Si llegas a decir alguna verdad ahora, tu traición a mí y a este matrimonio prevalece al no habérmela confesado antes, al haberme mantenido en las sombras.

Ella quedó sin aliento: allí estaba, él no la perdonaría, la batalla no solo era enorme, también agreste y pesada, imposible de ganar. Caminó de prisa hacia la puerta, tomó las llaves de su vehículo...

—Espera —atajó Peter.

Ella se giró bajo el umbral de la entrada con la esperanza surcando su cara, que desvaneció al ver por qué él la había atajado.

—Firma los documentos, George irá por ellos. —Le entregó la carpeta con rabia.

Ella la tomó, anonadada, comprendiendo que todo era cierto, se estaba yendo de la vida de su marido para siempre con acta en mano.

Se acercó a él todo lo cerca que pudo, dejó la carpeta sobre la mesa e intentó rodear el cuello de Peter, pero él no lo permitió, sujetando sus muñecas con fuerza.

 —¿Qué haces? —gruñó él la pregunta, sin soltarla, mirándola a la cara.

—Peter, por favor, reacciona, soy el amor de tu vida. ¿Ya no me amas? —Ella logró liberarse del agarre y toqueteó el varonil y hermoso rostro de su marido, buscando en él ese amor que tanto se profesaron.

—¡Aléjate! —La empujó hacia atrás como si quemara.

La respiración de Pilar se aceleró, su llanto se renovó. Con esa revolucionada tristeza dentro de sí, como el motor de la injusticia que la vida misma le otorgó para que sufriera, caminó hacia la mesa del comedor, alcanzó la estilográfica, cliqueó para hacer aparecer la punta, apoyó el folio abierto, buscó las zonas indicadas en los documentos y firmó, firmó en cada lugar que el abogado subrayó, firmó casi posesa, concentrada, apretando sus labios, firmó cada hoja sin ver ni leer nada. Luego, lanzó el bolígrafo con impotencia hacia cualquier lugar, tomó la carpeta y se la arrojó al pecho.

—¡Ahí tienes! He firmado el divorcio como tanto lo quisiste. Aún no puedo… —Tuvo que apoyarse en la mesa para no caer— no puedo creer que no me ames.

—Pilar, celebra que te liberaste de mí, así podrás irte hacia los brazos de ese imbécil.

—Estás totalmente equivocado…

—No deseo escucharte más, Pilar, ¡cállate!

Ella no soportaba tanto dolor. Se giró con rabia, agarró las fotos y arrugándolas, las fue rompiendo y lanzando los pedazos al aire, hacia la cara enfurecida de su exesposo, hacia cualquier parte. Las lágrimas caían sin poder evitarlas.

—¡Ya deja de comportarte como una loca! —gritó él, batiendo los pedazos de papel fotográfico que caían en su cara.

—Peter, ¡por favor!

Él la tomó nuevamente del brazo con intensión de sacarla de una buena vez.

—Eres una mentirosa, ya no te quiero un minuto más aquí.

Ella logró zafarse y de nuevo se acercó a él para mirar esos masculinos ojos que parecían estar hechos de fuego.

—¿No me darás la oportunidad? ¿Desecharás todo nuestro amor por una fotos?

—Pilar… —gruñó entre dientes.

—Entonces… celebra todo esto también, celebra que me perdiste. —El ahogo y la tristeza casi no dejan que continúe con sus palabras—. Y yo algún día, no sé cuándo, celebraré que al darte cuenta del error que cometes conmigo, no podrás recuperarme aunque lo quieras.

—Deja de decir estupideces, Pilar, y vete ya —gruñó cada palabra.

Se apuñalaron con sus miradas.

—Peter, yo... —Tocó apenitas su vientre, bajando la cabeza y volviéndolo a mirar, arrepintiéndose de inmediato. Ya vería ella cómo rayos hacerle saber que tendrían un hijo o una hija.

Él notó el movimiento y tragó grueso, pensando que ella era capaz de utilizar lo que fuese, cualquier otro recurso o mentira para no irse. Y eso le molestó aún más. La tomó del brazo y la llevó hacia la puerta.

—¡Suéltame, me estás haciendo daño!

La sacó del apartamento, a ella y a la maleta.

—¡Te arrepentirás de lo que me haces, Peter Embert! Pagaré por mis errores, pero utilizaré los tuyos como venganza.

—¡Cállate ya! ¡Y deja de llorar! ¿Qué te enrabieta tanto, Pilar, qué? ¿Perderme, haberlo estropeado o haber perdido el lujo que disfrutaste junto a mí? Si tanto te gusta el dinero, aquí lo tienes. —Metió las manos en uno de los bolsillos de su jean , sacó unos billetes y se los arrojó a la cara—. No creo que eso sea mucho para ti, de seguro Tarsis te dará más.

La boca de Pilar se abrió con asombro, no creía que el amor de su vida la estuviese catalogando como lo más bajo y peor que se le ocurrió. Cayó al suelo, más rápido que el descenso de los propios billetes, pero más lento que sus lágrimas, las que ya derramaba sin cesar.

Peter cerró la puerta encerrándose dentro y respirando con mucha dificultad, como un toro, lanzó un fuerte golpe a la madera que casi parte sus nudillos.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo