Julian se despertó sin saber por qué. No era una de esas mañanas donde el cuerpo responde con energía o hambre de vida. Solo abrió los ojos porque dormir ya no era escape. Al principio, no entendió dónde estaba. Luego reconoció el techo, la luz filtrándose entre las cortinas, la silueta femenina a su lado.
Vanessa.
La miró. Dormía con la boca apenas abierta, pestañas perfectas, como si la noche no le hubiera rozado los huesos. Y él, con esa absurda costumbre de buscar significado en lo pequeño, pensó: ¿y si este día no duele tanto?
Entonces ella habló. Sin mirarlo.
—Estoy embarazada.La frase flotó en el aire como una nota sostenida demasiado tiempo.
Él no reaccionó de inmediato. Su mente intentó asociar la palabra con la posibilidad de futuro. Una familia. Algo más allá del vacío.—¿Es tuyo? —quiso preguntar, pero se mordió la lengua.
No podía decir eso. No todavía.En cambio, sonrió. Fue una sonrisa rota, insegura, pero real.
—Vamos a ser papás…Vanessa asintió, sin demasiada emoción.
Julian no lo notó. No quiso notarlo. Estaba demasiado hambriento de algo que se sintiera real.Desayunaron. Habló de nombres, de pintar la habitación, de cosas que nunca creyó que diría.
Por dentro, una parte suya —la más rota— se reía con crueldad. Mírate, creyendo que esto es para ti. Mírate, iluso. Pero otra parte... quería creer. Solo por hoy.Esa parte murió unas horas después.
Su padre lo llamó a la oficina. No era raro, pero el tono fue distinto. Ni distante ni autoritario. Solo… final.
—Quiero que lo sepas de mí —dijo, sirviéndose un whisky caro como si eso suavizara lo que estaba a punto de escupir—. No eres mi hijo.
Julian lo miró. Ni siquiera parpadeó. El alma ya venía astillada desde hace años.
—¿Perdón?
—Tu madre. Una aventura. Yo te crié porque el viejo me lo pidió. Te di el apellido. Pero no esperes nada más.
Julian no dijo nada. No había espacio en su cuerpo para más decepción.
—No estás en el testamento. Nunca lo estuviste. Termina tu contrato este año. Después… haz lo que quieras con tu vida.
"Tu vida."
Como si todavía fuera suya.El silencio se hizo espeso. El whisky olía a desprecio.
—Y otra cosa —dijo antes de que saliera—. No me llames papá. Nunca me gustó.
Julian bajó las escaleras en piloto automático. Había aprendido a tragar m****a sin hacer ruido. Pero esta vez le costaba.
En algún punto del día, se quedó mirando por la ventana de su despacho. Recordó cuando tenía siete años y su madre no llegó a tiempo al recital. Recordó las burlas por sus cicatrices. Las miradas de asco. Las putas que pagaba solo para no sentirse completamente solo. El cuerpo como un enemigo. La piel como una prisión.
Recibió una llamada. Leo.
—Tu galería, bro… se quemó. Fue anoche. No sabemos cómo, pero se perdió casi todo.
Julian cerró los ojos. Ni siquiera respiró.
Colgó.
Y justo entonces, como un clavo en el ataúd, llegó el mensaje de Marcus:
"Una pena lo de tu galería secreta. El abuelo ya lo sabe. Deberías tener más cuidado. No eres nadie. Nadie te va a amar con ese cuerpo."
Julian soltó el celular. No por rabia. Por agotamiento.
Ya ni siquiera sentía rabia. Solo el peso de una vida que nunca fue suya.Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, Kira contaba el dinero de su cheque y supo que no alcanzaba.
Otra vez no.Le temblaban las manos, no de miedo, sino de frustración. Se lo habían descontado por “salir temprano”.
Claro, como si correr al hospital con Luka sangrando por la nariz fuera capricho.No discutió. No lloró. Solo salió del restaurante con la mandíbula apretada.
No voy a quebrarme aquí. No aquí. No por esto.El médico del hospital fue más directo que amable.
—Necesita la dosis esta noche. Mañana podría ser tarde.Kira asintió. Mintió. Dijo que ya la tenía.
No tenía nada. Solo tenía a Sol, su amiga tatuadora, que se ofreció a cuidar de Luka mientras ella hacía su turno nocturno limpiando oficinas.Salió con los zapatos mojados. El alma raspada.
Intentó contactar a Diego.
Silencio. Luego un mensaje:“Estoy con un cliente. Luego paso.”
Mentira.
Lo supo apenas lo leyó. Pero tampoco podía dejarlo. Diego conseguía el medicamento. Diego iba a casarse con ella. La ciudadanía estaba a dos meses. No podía perderlo. No ahora.Alrededor de las ocho, Julian volvió al edificio. Iba a recoger unos papeles del archivo de Marcus. No tenía ánimo ni para existir, pero el cuerpo caminaba igual.
Pasó frente a la oficina de su hermano. Escuchó ruido.Abrió.
Y ahí estaba Vanessa.
Su prometida. Montando a Marcus con una sonrisa de victoria.Julian no sintió rabia. Sintió silencio.
Un silencio tan profundo que le zumbaban los oídos.—¿En serio? —susurró.
Vanessa ni siquiera fingió sorpresa. —El bebé es suyo. Siempre fue suyo.Marcus se paró con calma, como quien no tiene nada que ocultar.
—¿Pensaste que alguien podría amarte… con ese cuerpo?— Eres una puta
El golpe le llegó seco al rostro. No dolió. Nada dolía ya.
Julian se levantó del suelo sin mirarlos.
Solo dijo una frase:—Se van a arrepentir.
Y se fue.
Kira limpiaba los escritorios de la planta baja cuando escuchó risas. Abrió la puerta de una de las oficinas.
Diego. Semidesnudo. Una rubia operada cabalgándolo.No gritó. Solo lo miró.
—¿Tú también?Salió antes de que él pudiera responder.
Corrió por las escaleras con las entrañas hirviendo. No puedo dejarlo. Luka. Luka. Luka. Maldita sea…Subió a una de las oficinas que siempre estaban vacías. Entró. Cerró.
Y gritó.
—¡PUTO DE M****A!
Julian estaba ahí.
Sentado frente a un escritorio.
La pistola al lado. La carta ya escrita.No dijo nada.
Y ella…
empapada, temblando, viva.Tampoco lo vio.
Pero en medio del caos, de las traiciones, de la miseria humana…
algo se detuvo. Un instante suspendido. Una furia que interrumpió un final.Julian bajó la mirada hacia el arma.
Y por primera vez en todo el día…
parpadeó.