El silencio en la sala de consejo era tan denso que Khaled podía escuchar el suave tintineo de las joyas en las vestimentas tradicionales de sus asesores. Sentado a la cabeza de la larga mesa de mármol, observaba los rostros circunspectos de los hombres que lo rodeaban. Algunos evitaban su mirada, otros la sostenían con una mezcla de preocupación y algo que le irritaba profundamente: lástima.
—Su Alteza —comenzó Farid Al-Nasser, el más anciano de sus consejeros—, entendemos que este es un asunto... delicado.
Khaled mantuvo su expresión impasible, aunque por dentro sentía que un fuego comenzaba a arder en su pecho. No había convocado esta reunión para discutir su vida personal, sino asuntos de estado. Sin embargo, los rumores habían llegado antes que sus palabras.
—Continúa, Farid —respondió con voz controlada, sus dedos tamborileando su