Mi mente giraba, repitiendo la escena sin tregua. Corría, feroz, con mi cuerpo cubierto de pelo blanco, las patas afiladas golpeando la nieve, los colmillos al descubierto, sedientos de sangre. El instinto me guiaba; el odio ardía por dentro. Tenía que protegerse.
Mis hijos. Mis cachorros.
Los míos, y los de él.
La rabia latía en mis venas como fuego líquido, pulsando más fuerte a cada paso. Los enemigos surgían delante, lobos por doquier, rodeando, avanzando. Pero yo solo veía a uno. Solo él me importaba.
Un lobo negro colosal, ojos opacos, empapado de magia, clavaba sus colmillos en el cuello de Daimon. Mi Alfa.
La piel se desgarraba bajo la mordida. Un trozo de su hombro fue arrancado ante mis ojos. La sangre brotó a chorro. Mi corazón se congeló. La respiración falló. El mundo pareció detenerse por un segundo.
No. No. ¡No!
"No podemos perderlo."
Mi loba rugió desde dentro de mí, un alarido que desgarró hasta mi alma. Y sin pensar, sin dudar, avancé. Las garras clavándose en la tie