Mary cogió una flor violeta y la olió. De repente, dejó caer la flor y tocó un hilo de sangre que caía en cascada por su elegante cuello. —Me siento como si estuviera flotando en las nubes. —Mary levitó—. Adiós, mi lobo.
El olor metálico de su sangre le recordó su mordisco. ¿La había drenado? —¡Mary, no me dejes! —aulló de dolor.
Volvió a sus cabales. Una alucinación.
Ya no estaba en el bosque donde había nacido; estaba de nuevo en la cueva, con Mary y con una ventisca aullante afuera. Con el sabor de su sangre todavía en sus labios, tocó la marca de la mordedura en su pálido cuello.
Lonnie se sentó y la tomó en sus brazos.
—Por favor, Mary. No te mueras.
El color fue volviéndose lentamente a su piel y a sus labios. Él bajó la cabeza hasta su pecho. Su corazón latía lentamente, pero sin largas pausas. Un golpe tras otro. Cada golpe de tambor cobraba fuerza. Manteniéndola viva. Con él. La herida en su frente se desvaneció. Un milagro, pero no estaba fuera de peligro. Debía mantenerla c