Me quedé allí un rato, sin saber qué hacer, con la mirada yendo de la cama a la puerta. Me moría, rebosante de la sensación de que llevaba semanas a punto de alcanzar el clímax, sabiendo que solo el olor a cerezas podía provocarme un orgasmo descontrolado. Sería tan fácil, podría asomarme y ver su cuerpo enjabonado.
Me trajeron a casa, pero apenas pudimos pasar del ascensor. Y déjame decirte que fue increíble.
—¿Qué pasó?— pregunté intrigado, mis labios se secaron con sus palabras.
Me acerqué unos pasos, diciéndome que solo escuchara, que alimentara mi imaginación sobre cómo debía verse Gabriel. Cada paso era una excusa, otra imagen en mi mente.
¿Y si me pillaba? Mirándome como la zorrita que él veía, con unas braguitas negras diminutas. ¿Y si le gustaba? Podría ser porno para sus ojos, una razón para que su erección se llenara de sangre. Joder, si tan solo pudiera verlo acariciar esa polla, deslizando esa gorda punta entre sus fuertes manos. Perdería el control.
Pasaron muchas cosas.