Levantándome la barbilla, me miró una última vez, besando cada mejilla, mi nariz, luego mis labios antes de volverse para hacer su llamada.
Me quedé en la cocina, con la mente menos centrada en mi estancia y más en la fiesta que se avecinaba. Un evento que promocionaba el inevitable lanzamiento de su propio tequila parecía una receta para el desastre, pero ¿de qué otra manera vería a este hombre y su mundo, a menos que decidiera caer en ese agujero? Sabía el precio, sabía la recompensa, incluso si me hacía daño.
—Gabriel...—, grité espontáneamente, lo que provocó que se detuviera en su camino y se diera la vuelta. Una mirada a su rostro encantador fue suficiente. —Estaré allí mañana...—
Cristina
Colinas y Salud, decía el subtexto de una imagen de una mansión colonial blanca rodeada de pi