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El eco del brindis de Valentina resonaba aún en los oídos de Tamara como un zumbido persistente. Las risas de los invitados se habían transformado en un murmullo constante que la seguía mientras se movía por el salón, sonriendo mecánicamente y asegurándose de que todo continuara funcionando a la perfección. Por fuera, mantenía la fachada de profesionalismo que había construido durante años. Por dentro, ardía.

Cada paso que daba sobre el mármol del Hotel Meridian se sentía como caminar sobre brasas. Los camareros la trataban con esa deferencia automática reservada para los organizadores de eventos, sin saber que era también la esposa humillada del anfitrión. Mejor así. Al menos con ellos podía mantener algo de dignidad.

—Disculpe, ¿podría revisar si necesitan más champán en la mesa seis? —preguntó a uno de los meseros, su voz perfectamente modulada.

Mientras él se alejaba, Tamara sintió una presencia a su espalda. Se giró para encontrarse con Valentina, que se acercaba con esa sonrisa que ya había aprendido a reconocer como el preludio de una nueva herida.

—Tamara, querida, debo decirte que has hecho un trabajo aceptable con la decoración. —Valentina tomó una copa de la bandeja de un camarero que pasaba—. Claro, no es lo que yo habría elegido, pero supongo que refleja tu estilo personal.

—Me alegra que esté de acuerdo —respondió Tamara, manteniendo su sonrisa profesional.

—Oh, no es que esté en desacuerdo. Simplemente es predecible. —Valentina bebió un sorbo de champán, sus ojos azules evaluando a Tamara como si fuera un objeto en exhibición—. Como tú, en realidad. Hay algo tan poco agraciado en toda esta situación.

—¿A qué se refiere exactamente?

—A todo esto, darling. —Valentina hizo un gesto amplio que abarcó el salón—. Una mujer organizando una fiesta para celebrar el regreso de la exnovia de su esposo. Es casi shakespeariano en su tragedia.

Antes de que Tamara pudiera responder, se les unió Victoria Ashford, una de las damas de la alta sociedad que siempre parecía tener información privilegiada sobre los escándalos de la élite.

—Valentina, querida, ¡qué maravilloso tenerte de vuelta! —Victoria besó el aire junto a las mejillas de Valentina antes de dirigir una mirada evaluativa a Tamara—. Y Tamara, debo decir que has superado las expectativas. Aunque supongo que organizar eventos es lo tuyo, ¿no? Después de todo, tu familia siempre fue buena para "los negocios".

El énfasis en las últimas palabras no fue sutil.

—Los Castellanos siempre hemos creído en el trabajo duro —respondió Tamara, alzando ligeramente el mentón.

Victoria y Valentina intercambiaron una mirada cómplice.

—Oh, sí, el trabajo duro —dijo Victoria con una risa cristalina—. Especialmente cuando ese trabajo incluye transacciones familiares estratégicas.

—Victoria tiene razón —añadió Valentina, acercándose más a Tamara—. Debe haber sido muy inteligente de parte de tu familia. Comprar el apellido Voss para salvarse de la ruina. Brillante, realmente.

Las palabras fueron pronunciadas con una dulzura venenosa que hizo que el estómago de Tamara se contrajera. Era cierto, por supuesto. Toda la alta sociedad sabía que el matrimonio había sido una transacción: la empresa familiar de los Castellanos a cambio de la estabilidad económica que los Voss necesitaban tras el escándalo de corrupción que había sacudido su imperio. Pero escucharlo dicho tan abiertamente, con tal desprecio, era diferente.

—El matrimonio por conveniencia tiene una larga tradición en nuestros círculos —logró decir Tamara.

—Por supuesto —asintió Valentina—. Pero la diferencia es que algunos matrimonios por conveniencia al menos preservan cierta dignidad mutua. Mientras que otros son simplemente una compradora de maridos y un hombre que cumple con su deber.

La crueldad casual de esas palabras hizo que Tamara sintiera como si le hubieran arrojado agua helada.

Victoria soltó una risa seca.

—Aunque hay que admirar la determinación. No cualquiera estaría dispuesta a cargar con la humillación constante de saber que su esposo ama a otra.

En ese momento, Tamara notó que varios invitados cercanos habían comenzado a prestar atención a su conversación. Las voces se habían vuelto lo suficientemente altas como para atraer miradas curiosas, y ella se dio cuenta de que esto había sido intencional desde el principio.

—Si me disculpan —dijo, tratando de alejarse de la conversación.

—Oh, no te vayas —dijo Valentina, tomándola del brazo con firmeza—. Estábamos teniendo una conversación tan interesante sobre la naturaleza del amor verdadero versus las transacciones comerciales.

Fue en ese momento cuando Tamara vio a Damián acercándose desde el otro lado del salón. Su esposo caminaba con esa confianza natural que siempre había tenido, deteniéndose ocasionalmente para saludar a los invitados. Cuando finalmente llegó hasta ellas, su expresión era esa máscara de educada indiferencia que Tamara conocía tan bien.

—Valentina, Victoria —saludó con una sonrisa que nunca le dirigía a su esposa—. Espero que estén disfrutando la velada.

—Por supuesto, Damián. Tu esposa ha hecho un trabajo admirable con la organización —dijo Victoria, cargando la palabra "esposa" con una ironía palpable.

Damián miró brevemente a Tamara, pero fue una mirada vacía, sin reconocimiento real.

—Tamara es muy eficiente en su trabajo.

La frase fue dicha con una neutralidad que dolió más que cualquier insulto directo. Para él, ella no era su esposa en ese momento; era simplemente la organizadora de eventos que había contratado.

Veinte minutos después, Tamara logró atrapar a Damián en el corredor que llevaba a los baños privados del hotel. Era la primera vez en toda la noche que estaban solos, y sintió que era su única oportunidad de abordar lo que estaba sucediendo.

—Damián, necesitamos hablar.

Él se giró hacia ella con esa expresión ligeramente molesta de alguien que ha sido interrumpido en algo más importante.

—¿Sobre qué?

—Sobre lo que está pasando ahí adentro. Sobre Valentina y las cosas que está diciendo. Sobre cómo me estás tratando.

Damián suspiró como si estuviera hablando con una empleada particularmente persistente.

—Tamara, estás haciendo tu trabajo. Eso es todo lo que necesitas hacer esta noche.

—No soy solo la organizadora de eventos, Damián. Soy tu esposa.

La risa que escapó de él fue seca y sin humor.

—¿Mi esposa? —La miró directamente por primera vez en toda la conversación—. ¿Realmente quieres tener esta conversación ahora?

—Al menos podrías mostrarme algo de respeto en público. No pido amor, solo respeto básico.

—Respeto. —Repitió la palabra como si tuviera un sabor amargo—. ¿Respeto por qué, exactamente? ¿Por el contrato que firmamos hace tres años? ¿Por la transacción comercial que salvó a tu familia de la bancarrota?

Cada palabra fue pronunciada con una precisión quirúrgica, diseñada para cortar profundamente.

—Puede haber comenzado como un contrato, pero llevamos tres años casados. Tres años, Damián.

—Y en esos tres años, ¿qué has esperado exactamente? —Su voz se volvió más fría—. Yo nunca te amé, Tamara. Sabías desde el primer día que este matrimonio era un contrato. Nunca te prometí nada más allá de mi apellido y la estabilidad económica que necesitabas.

Las palabras cayeron entre ellos como losas de mármol. Tamara había sabido, en algún nivel, que esta conversación llegaría algún día. Pero escucharlo dicho con tal frialdad, tal finalidad, le quitó el aliento.

—Entiendo que no me ames —logró decir—. Pero ¿no puedes al menos tratarme como si fuera una persona? ¿No como si fuera invisible?

Damián la miró durante un largo momento, y por un segundo, Tamara pensó que vio algo parecido a la lástima en sus ojos.

—Lo que tú eres, Tamara, es una obligación. Una obligación que cumplo porque es lo correcto para ambas familias. Pero no me pidas que pretenda que es algo más.

Con esas palabras, se dio la vuelta y regresó al salón, dejándola sola en el corredor.

Cuando Tamara regresó al salón, sus ojos se encontraron inmediatamente con los de un hombre que no había notado antes. Estaba de pie cerca de la barra, una copa de whisky en la mano, observándola con una intensidad que la hizo detenerse. Era alto, de cabello oscuro y ojos que parecían ver demasiado. Había algo peligroso en la forma en que la miraba, como si estuviera evaluando no solo su apariencia, sino su alma.

Sus ojos se encontraron por un momento que se sintió cargado de electricidad. Él alzó ligeramente su copa en un saludo silencioso, y ella sintió algo que no había experimentado en mucho tiempo: la sensación de ser realmente vista por alguien.

—¿Quién es ese hombre? —le preguntó discretamente a uno de los camareros que pasaba.

—Creo que es Ethan Key, señora. Un inversionista. Llegó hace poco con la invitación de la señorita Moreau.

Ethan Key. El nombre se quedó grabado en su mente mientras volvía a sus deberes de anfitriona.

La noche había llegado a su clímax cuando Valentina pidió silencio nuevamente. Esta vez, tenía una copa de vino tinto en la mano y esa sonrisa que Tamara había aprendido a temer.

—Antes de que termine esta hermosa velada —comenzó Valentina, su voz llenando el salón—, quiero hacer algo que debería haber hecho hace mucho tiempo.

Tamara sintió un escalofrío de premonición.

—Quiero hablar sobre la honestidad. Sobre decir las cosas como realmente son, sin pretensiones ni máscaras.

Los invitados se acercaron, formando un semicírculo alrededor de Valentina. Tamara se encontró inexplicablemente atraída hacia el centro, como si una fuerza invisible la empujara hacia lo que sabía sería su humillación final.

—Durante tres años —continuó Valentina, caminando lentamente hacia donde estaba Tamara—, hemos pretendido que ciertas verdades no existen. Hemos sido educados, diplomáticos, civilizados. Pero esta noche, en mi regreso, creo que es hora de la honestidad.

Damián estaba de pie al lado de ella, su expresión inescrutable.

Valentina se detuvo directamente frente a Tamara, tan cerca que pudo oler su perfume caro.

—Les presento a la mujer que me robó al hombre que amo aunque todos sabemos que fue con dinero.

El silencio que siguió fue absoluto. Tamara pudo escuchar su propio corazón latiendo en sus oídos.

Y entonces, con un movimiento fluido y deliberado, Valentina alzó la copa de vino tinto y la volcó sobre el vestido de Tamara.

El líquido se extendió por la seda como sangre. Tamara se quedó inmóvil, sintiendo el vino frío contra su piel, mientras las manchas se expandían como la humillación que la consumía por dentro.

Los invitados quedaron en silencio por un momento antes de que comenzaran los murmullos, las exclamaciones fingidas de sorpresa, las sonrisas apenas contenidas.

Valentina sonrió, dejó la copa vacía en manos de un camarero y se alejó como si no hubiera pasado nada extraordinario.

—Ups —dijo con una voz que goteaba falsa preocupación—. Qué torpe de mi parte.

Tamara permaneció de pie, con el vestido arruinado y la dignidad hecha pedazos, mientras todos la miraban. Y fue entonces cuando sus ojos encontraron nuevamente los de Ethan Key. Esta vez, lo que vio en ellos no fue lástima. Era algo mucho más peligroso: era reconocimiento, como si él también conociera íntimamente el sabor de la humillación y la sed de venganza.

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