3

El baño de mármol del Hotel Meridian se había convertido en el refugio temporal de Tamara. Con las manos temblorosas, trataba de limpiar las manchas de vino tinto de su vestido, pero cada intento solo extendía la mancha roja, como si fuera sangre que se negara a desaparecer. El espejo le devolvía la imagen de una mujer destrozada: cabello desordenado, maquillaje corrido por las lágrimas que había luchado por no derramar frente a los invitados, y esa expresión de alguien que acaba de ser públicamente ejecutada.

Se aferró al borde del lavabo de mármol, sus nudillos blancos por la presión. En ese silencio forzado, los recuerdos la asaltaron como oleadas violentas.

Tres años atrás.

Su padre, Lorenzo Castellanos, sentado tras el escritorio de caoba que había pertenecido a su abuelo, con papeles esparcidos que documentaban la inminente ruina de la empresa familiar. Las deudas se habían acumulado como una avalancha después del escándalo de corrupción que había salpicado a varios de sus socios. Los bancos habían cerrado las líneas de crédito. Los proveedores exigían pagos inmediatos. La empresa que había sido el orgullo de tres generaciones estaba a semanas de la bancarrota.

—Es la única manera, Tamara —había dicho su padre, sin atreverse a mirarla a los ojos—. Los Voss necesitan estabilidad después del escándalo de su hijo menor. Nosotros necesitamos capital. Es una unión estratégica.

—¿Una unión estratégica? —había repetido ella, sintiendo cómo su mundo se desmoronaba—. ¿Hablas de venderme, papá?

—Hablo de salvar a nuestra familia. A nuestros empleados. A todo por lo que hemos trabajado. —Finalmente la había mirado, y ella había visto algo roto en sus ojos—. Damián Voss es un buen hombre. Podrías aprender a...

—¿A amarlo? —La risa que había escapado de ella fue amarga—. ¿O él a amarme a mí?

Su padre no había respondido. No había necesidad. Ambos sabían que el amor no era parte de la ecuación.

El sonido de la puerta del baño abriéndose la sacó de sus recuerdos. Una mujer mayor, que reconoció como la esposa de uno de los inversores, entró y la miró con esa mezcla de curiosidad y lástima que había aprendido a detestar.

—Oh, querida, ¿estás bien? Vi lo que pasó ahí afuera. —Su tono era el de alguien que fingía preocupación pero realmente buscaba chismes frescos.

—Estoy perfectamente —respondió Tamara, enderezando los hombros—. Solo un pequeño accidente.

La mujer asintió con una sonrisa que no llegó a sus ojos.

—Por supuesto. Aunque debo decir, Valentina siempre fue tan espontánea. Supongo que es parte de su encanto.

Tamara no respondió. Se lavó las manos meticulosamente, se retocó el maquillaje lo mejor que pudo y salió del baño con la cabeza en alto. No les daría el placer de verla desmoronarse completamente.

En una suite privada del mismo hotel, Valentina Moreau se servía una copa de champán con la satisfacción de alguien que acababa de ganar la primera batalla de una guerra. Frente a ella, un hombre de mediana edad con traje caro y expresión calculadora la observaba con una sonrisa de depredador.

—Debo admitir, Valentina, que fue una actuación magistral —dijo Marcus Reid, socio de una firma de inversiones con conexiones en el submundo financiero—. Pero humillar a la esposa en público es solo el primer paso. Si realmente quieres a Damián de vuelta, necesitas algo definitivo.

Valentina se acercó a la ventana que daba al salón principal, desde donde podía ver a los invitados aún comentando el incidente.

—Tienes razón. Una humillación pública no es suficiente. Necesito que Damián vea exactamente qué tipo de mujer es realmente su esposa. Necesito que la vea como lo que es: una oportunista dispuesta a cualquier cosa.

—¿Y cómo propones hacer eso?

La sonrisa de Valentina se volvió predatoria.

—Simple. Si Tamara es capaz de vender su dignidad por dinero una vez, estará dispuesta a hacerlo de nuevo. Solo necesitamos el incentivo correcto.

Marcus alzó una ceja, intrigado.

—¿Estás sugiriendo lo que creo que estás sugiriendo?

—Estoy sugiriendo que contratemos a alguien para que la seduzca. Alguien atractivo, encantador, que haga que se sienta especial por primera vez en su matrimonio. —Valentina bebió de su copa—. Y cuando esté emocionalmente comprometida, cuando haya cruzado la línea, tendremos toda la evidencia que necesitamos para mostrarle a Damián el tipo de mujer con la que realmente se casó.

—Es arriesgado. Y caro.

—Tengo dinero. Y en cuanto a los riesgos... —Valentina miró hacia el salón, donde pudo ver a Tamara regresando del baño con su vestido manchado—. Mírala, Marcus. Está desesperada por algo de afecto, por sentirse deseada. Será como quitarle dulces a un bebé.

Marcus sacó su teléfono y revisó su agenda de contactos.

—Conozco al hombre perfecto para el trabajo. Ethan Key. Ex militar, atractivo, con experiencia en trabajos delicados. Y lo más importante: no tiene escrúpulos cuando el precio es correcto.

—Perfecto. Hazle la oferta.

Mientras tanto, en el salón principal, Tamara intentaba mantener su compostura profesional cuando se acercó un grupo de mujeres de la alta sociedad. Sus sonrisas eran afiladas como cuchillas.

—Tamara, querida —dijo una de ellas, Patricia Hensworth—, qué valiente de tu parte continuar aquí después de ese incidente.

—Es mi trabajo —respondió Tamara simplemente.

—Por supuesto. Aunque debo decir, es admirable cómo mantienes la compostura. Si fuera yo, no sé si podría soportar la humillación de saber que mi esposo está aquí celebrando a la mujer que realmente ama.

Las otras mujeres rieron discretamente, como si Patricia hubiera hecho una observación particularmente ingeniosa.

—Es fascinante —añadió otra—, cómo algunas personas están dispuestas a aceptar cualquier cosa con tal de mantener un estatus. Supongo que hay quienes prefieren ser esposas infelices que mujeres solteras y pobres.

Tamara sintió que el calor subía por su cuello, pero antes de que pudiera responder, una voz masculina interrumpió el círculo de vuitres.

—Disculpen, señoras, pero creo que están siendo increíblemente groseras con alguien que claramente es superior a ustedes en todos los aspectos.

Todas se giraron para ver a Ethan Key acercándose con una copa de whisky en la mano y una sonrisa que era mitad encanto, mitad advertencia. Era aún más atractivo de cerca: cabello negro ligeramente ondulado, ojos grises que parecían ver directamente al alma de una persona, y una presencia que comandaba atención sin esfuerzo.

Patricia se sonrojó ligeramente.

—Señor... ¿Key, verdad? No creo que entienda la situación.

—Entiendo perfectamente —respondió Ethan, manteniendo su sonrisa pero con un tono que se había vuelto peligrosamente frío—. Veo a un grupo de mujeres inseguras atacando a alguien que claramente las supera en clase y elegancia. Es bastante patético, en realidad.

El grupo de mujeres se dispersó rápidamente, murmurando excusas y lanzando miradas resentidas.

Ethan se giró hacia Tamara con una expresión completamente diferente: cálida, genuina, casi protectora.

—Siento haber intervenido sin su permiso, pero no podía quedarme observando esa cacería de brujas.

Tamara lo miró con sorpresa. Era la primera vez en toda la noche que alguien la había defendido.

—No era necesario, pero gracias.

—Era completamente necesario. —Ethan extendió su mano—. Ethan Key. Y usted debe ser la organizadora de eventos más talentosa y subestimada de la ciudad.

Por primera vez en horas, Tamara sintió algo parecido a una sonrisa genuina tirando de las comisuras de su boca.

—Tamara Voss. Aunque después de esta noche, no estoy segura de que lo de "talentosa" siga siendo aplicable.

—Oh, créame, después de observar cómo ha manejado esta situación impossible, estoy más convencido que nunca de su talento. —Ethan bajó la voz—. No solo para los eventos, sino para mantener la dignidad bajo presión. Es una cualidad rara.

Había algo en la forma en que la miraba, como si realmente la viera, que hizo que Tamara sintiera una calidez que había olvidado que existía.

—Es usted muy amable, señor Key.

—Ethan, por favor. Y no soy amable. Soy honesto. —Sus ojos se encontraron con los de ella—. ¿Le gustaría tomar algo de aire fresco? Este lugar está empezando a sentirse asfixiante.

Quince minutos después, Tamara se encontró en el estacionamiento del hotel, respirando el aire fresco de la noche mientras esperaba que Damián saliera. La fiesta había terminado, los invitados se habían ido con sus chismes frescos, y ella solo quería llegar a casa y olvidar que esta noche había existido.

Cuando finalmente apareció Damián, caminando hacia el coche con esa expresión de molestia que había llevado toda la noche, Tamara sintió que toda la rabia acumulada durante las últimas horas finalmente hervía y se desbordaba.

—¿Eso es todo? —le gritó—. ¿Vas a caminar hacia el coche como si no hubiera pasado nada?

Damián se detuvo y se giró hacia ella con esa mirada fría que conocía tan bien.

—¿Qué quieres que haga, Tamara? ¿Qué monte una escena?

—¡Quiero que actúes como si fuera tu esposa! ¡Quiero que me defiendas cuando tu preciosa Valentina me humilla frente a todos!

—¿Defenderte? —Damián se acercó a ella, su voz baja pero llena de desprecio—. ¿Defenderte de qué? ¿De la verdad? Todo lo que dijo Valentina era cierto. Tú compraste este matrimonio, Tamara. Tu familia compró mi apellido para salvar su empresa en bancarrota.

—¡Puede ser verdad, pero soy tu esposa! —Las lágrimas que había contenido toda la noche finalmente comenzaron a caer—. ¡Soy tu esposa, aunque no quieras aceptarlo!

Damián la miró durante un largo momento, y cuando habló, su voz fue tan fría que prácticamente congeló el aire entre ellos.

—Tú no eres mi esposa, Tamara. Solo eres una carga que llevo porque es lo que acordé hacer.

Las palabras cayeron entre ellos como una sentencia de muerte. Tamara sintió como si algo dentro de ella se quebrara definitivamente.

Damián se dio la vuelta hacia el coche sin otra palabra, dejándola de pie en el estacionamiento con las lágrimas corriendo por sus mejillas y el corazón hecho pedazos.

Fue entonces cuando sintió una mano suave en su hombro.

—¿Está bien?

Se giró para encontrar a Ethan Key de pie detrás de ella, su expresión llena de una preocupación que parecía genuina. Por un momento, simplemente se quedó allí, permitiendo que alguien la viera en su estado más vulnerable.

—No —susurró—. No estoy bien.

Ethan no dijo nada más. Simplemente abrió sus brazos en una invitación silenciosa, y por primera vez en tres años, Tamara se permitió caer en el consuelo de alguien que parecía importarle.

Lo que no vio fue a Valentina observando desde la ventana de la suite del hotel, con una sonrisa que era pura satisfacción malévola. El primer paso de su plan acababa de ejecutarse a la perfección.

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