Capítulo cincuenta y dos
Las apariencias engañan
*Stella Di Lauro*
El vino cae al piso y mancha la pulcra alfombra al mismo tiempo que se escucha el sonido del cristal al fragmentarse.
—Bueno —el muy cretino se ríe mientras se limpia la sangre en la comisura de la boca con la yema de los dos—, está claro que no esperaba esa reacción.
—Entonces eres es un iluso —bufo con una despectiva sonrisa—. ¿Cómo te atreves a siquiera intentar coaccionarme? Tú, un insecto insignificante, ¿te crees capaz de meterte con el último Falconi y encima, presionar a una Di Lauro?
—Os creéis mucho por vuestros apellidos.
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