POV BRUNO
La nieve cubría el tejado de la mansión como una manta tranquila, engañosa, que ocultaba el caos que bullía en mi interior. El motor del coche se detuvo con un rugido final, y el sonido del crujir de la grava bajo nuestros pies fue lo único que se oyó en ese frío que penetraba hasta los huesos, como si el invierno mismo quisiera congelar mi alma. Abrí la puerta trasera con manos temblorosas —manos que habían matado sin parpadear, pero que ahora apenas podían sostener el peso de mi miedo—. Levanté a Ángela en mis brazos, su cuerpo inerte contra mi pecho, su piel pálida como la nieve que nos rodeaba, y sus labios apenas teñidos de un azul mortecino. Cada paso que daba hacia la entrada se sentía interminable, como si el mundo se hubiera ralentizado para torturarme, para hacerme revivir cada segundo de agonía desde que la vi caer en esa cabaña infernal.
Draco y Fabiola nos seguían en silencio, sus rostros marcados por la fatiga y la preocupación, pero no dije nada. No podía. Mi