¿Cómo pudo hacer esto?
Ella ni siquiera se atrevió a moverse en sus brazos.
—Cariño, lo sientes, ¿verdad? Me siento muy angustiado, ayúdame...— Su voz se volvió apagada y sensual. Tan solo escucharlo hizo temblar el corazón de Dalila.
Su rostro se puso rojo y ardía, pero no se atrevió a moverse. Sus ojos estaban rojos de ansiedad mientras tartamudeaba: «Tú... tú puedes resolverlo tú misma».
¿No sabían ya los hombres cómo complacerse a sí mismos?
Él también podría hacerlo.
¿Por qué tuvo que ayudarlo?
—Cariño. —El hombre hundió la cabeza en su cuello y se frotó contra ella, gimiendo—. No quiero resolverlo yo solo. Ayúdame.
Escucharla llamarla —Cariño— fue suficiente para que su corazón volviera a saltar salvajemente.
...
Al final, no logró resistir las reiteradas tentaciones y las expresiones lastimeras de Albert Kholl. Decidió usar otro método para resolver el problema.
Después de lavarse las manos, el hombre la sacó del baño. Su cara aún estaba roja y sus ojos estaban llenos de queja