LE TENDISTE UNA TRAMPA

—A los hombres les gusta así. Somos territoriales, Ángel. Una vez que Velbert ve a Verónica como su mujer, hará cualquier cosa para protegerla. Nos gusta derramar sangre. Vivimos por la adrenalina. Pero lo que más nos gusta que derramar la sangre de nuestros enemigos es ver las sonrisas de nuestras mujeres”.

—No habrías dicho eso hace tres años —dijo Aixa, interrumpiéndome.

—Tienes razón. No lo haría. Porque en aquel entonces pensaba que esto era una debilidad. Pero tú cambiaste eso, Aixa. Me cambiaste a mí —admití. Levanté nuestras manos y besé el dorso de las suyas. Mis labios se quedaron allí y cerré los ojos.

También cambiaste a Velbert. Lo convertiste de un bastardo insensible en...

Apreté con más fuerza la mano de Aixa al pensarlo. Velbert creía que podía engañarme, que podía ocultar sus sentimientos. Pero en esta finca, mis ojos estaban en todas partes. Lo veía todo. Lo escuchaba todo. Incluso los pensamientos silenciosos. Y conocía a mi hermano. Mejor que nadie.

Verás, Velbert
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