Golpe. Golpe. Golpe. Golpe.
Mis dientes castañetearon más fuerte y apreté la mandíbula. Velbert se acercó más, hasta que estuvo tan cerca que su calor comenzó a filtrarse en mis poros.
Mi cuerpo no me pertenecía y había una atracción entre nosotros, una atracción invisible e innegable.
Velbert envolvió sus brazos alrededor de mis caderas y caí en su abrazo.
Calor.
Seguro.
Hogar.
Mi amor.
Él era todo lo que necesitaba en ese momento.
Me hundí en él, me acurruqué en sus brazos y deseé poder esconderme bajo sus huesos y en su alma. Podríamos escondernos allí y podría ser nuestro hermoso final feliz.
Saboreé su calidez e inhalé su aroma picante y mentolado. Había un fuerte olor a alcohol, pero lo ignoré. En cambio, seguí inhalándolo, inhalando un aroma que solo pertenecía a mi Velbert.
Olía a mí. Olía a casa.
Olía a cielo y cerré los ojos.
Mi soldado. Mi guerrero caído.
Mi ángel guardián.
Mi amante.
Y la única persona que alguna vez sostuvo mi corazón en las palmas de sus manos.
Las lágri