— ¡Espera, suéltenme, suéltenme! ¡Oye! ¡¿se han vuelto locas?! ¡Qué me sueltes, carajo!
Carlotta iba gritando y forcejeando por el pasillo de la mansión, a penas, con la camiseta puesta y en bragas.
El cabello parecía un nido de pájaros y afortunadamente, había sido limpiada por Fabio, si no más vergüenza todavía andar con restos blancos sospechosos por todos lados.
No importa cuando pataleó y maldijo, la sacaron a rastras entre dos fornidas doncellas, una de cada brazo, y fue arrojada como basura por la puerta trasera de la mansión cayendo en el jardín.
Quiso levantarse, pero enseguida la volvieron a presionar hacia abajo.
— No sé quién te has creído que eres, no pienses que porque el Stefano te utiliza para follarte, como un desahogo, tienes derecho a algo en esta casa.
La aguantaron de rodillas en las losas frías de piedra, mientras Valentina le habla frente a ella, con odio, destilando veneno en cada palabra.
Ni siquiera gritaba, pero ni falta que hacía.
— Eres una malnac