Capítulo 24.

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La noche parecía interminable cuando de amar se trataba. El deseo, las ansias y el anhelo por poseerse cada vez más era incontrolable. Se sentía en sus cuerpos el cansancio, pero sus corazones eran insaciables. El olor a sexo inundaba la habitación, la cual fue testigo del descontrolado placer, cada rincón del lugar guardaría en secreto la entrega incontable de los amantes.

El alba los recibió con devoción, mientras los rayos del sol los tocaba suave y delicadamente. Arturo y Rebecca yacían desnudos en el lecho, abrazados, empernados, unidos, como si sus cuerpos no quisiesen separarse, todo en ellos era mágico.

El despertador sonó hasta el cansancio. Ninguno de los dos quería despertar de su sueño, no querían volver a la realidad. Sus ojos se abrieron y poco a poco salieron de su letargo. Se miraron uno a otro y se saludaron en un susurro.

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