Capítulo 3

—Bien...—Kendal accedió y soltó un suspiro.

Se quitó la camiseta y desabotonó sus pantalones, bajándolos lentamente, sintiendo un escalofrío recorrerle el cuerpo entero cuando el hombre extraño lo mirada burlón. Lo miraba con el derecho de hacerle lo que se le pasara por la mente. Se sacó los zapatos, y alzó la mirada luego. Se sentía humillado y frágil.

—Toda la ropa, Kendal—Dante ordenó.

—Pero... ¡Claro que no!—Kendal se negó, diciendo aquello en un tono más alto.

—¿Quieres que lo haga yo? —Dante preguntó sin rodeos y alzó una ceja— No me interesa ver tus... dimensiones—se burló—, tampoco voy a abusar de ti. Te quiero limpio, nada más.

Kendal quiso llorar. Se sentía frágil y expuesto a toda maldad. —No quiero hacerlo...—susurró sintiéndose indefenso y a punto de llorar.

—¿Crees que a mí me importa, si quieres hacerlo o no? —Dante preguntó cínicamente— Estás para obedecer, yo te perdoné la vida.

—Por favor, Dante —Kendal rogó y mordió la parte interna de su labio. 

Que lo llamara por su nombre se sintió extraño. Como si lo usara como estrategia para persuadirlo. Pensó en qué no recordaría su nombre, después de habérselo dicho en un lapso en donde se moría de miedo, pero ahí estaba, vivo y llamándole por su nombre, con aquella voz cansada y chillona que poseía.

—¡Hazlo! —Dante le gritó, y Kendal quiso morir de la vergüenza ahí mismo.

—Por favor, solo déjame...—Kendal susurró, pero Dante lo ignoró de inmediato.

—¡Tienes dos segundos! —él elevó una vez más la voz y Kendal dio un respingo.

Bajó su ropa interior, quedando así totalmente desnudo frente a Dante, sintiendo frío y la mirada de él en algo que no era más que su cuerpo.

Dante lo observó de pies a cabeza y dijo riendo con burla: —No eres tan impresionante ¿sabes?—él terminó diciendo soltando una carcajada.

Kendal no dijo nada. Y quiso instintivamente cubrirse con algo, el problema era que no tenía nada en las manos. 

Dante se acercó y tiró de su brazo. —¡Ven aquí! —fue brusco, llevándolo al baño. 

Kendal casi tropezó y fue con él a rastras. Dante abrió la puerta del baño y empujó al chico dentro, cerrando la puerta con fuerza luego. La tina estaba llena, por alguna extraña razón, y no era precisamente agua tibia.

—Entra ahí —el rizado ordenó y Kendal pensándolo un poco no obedeció de inmediato, pero pocos segundos después, lo hizo de todas formas, no quería un golpe en aquel momento.

Todo el asunto era sencillamente una locura.

Apenas uno de sus pies tocó el agua, el frío le provocó un escalofrío, aun si por ello obtendría un golpe no quería entrar en la m*****a tina.

M*****a sea, lo único que necesitaba era un cuerpo cálido protegiéndolo y no un baño de agua fría. Kendal se apartó.

—¿Qué esperas? —Dante preguntó con maldad en su mirada, y se cruzó de brazos.

Kendal lo pensó.

—Me enfermaré—él se atrevió a decir. 

Dante no tardó en carcajearse.

—Me importa una m****a si mueres o algo te ocurre. No eres nada importante, que no haya podido matarte no significa que te aprecio asqueroso bicho —espetó casi escupiéndole la cara, y tras tomar a Kendal rudamente del brazo, lo hizo entrar en el agua fría, dejándolo ahí de un empujón.

Lo bañó como a un niño, siendo él quién tocaba su cuerpo. Y de igual forma, lo maltrató golpeando su rostro un par de veces, cada vez que Kendal era terco, y no se dejaba tocar como quería, dejando así, una marca en su labio inferior. 

Minutos después, Kendal yacía de pie junto a la tina, tiritando desnudo, con lágrimas en los ojos, sus labios fríos y morados, una palidez mortal, y un golpe en el labio inferior. 

Frente a él, Dante se encontraba de pie, sacándole más de quince centímetros de altura, luciendo pacifico, pero con la mente repleta de malas intenciones... mirándolo cuan bestia que mira a su presa. 

Su simple figura desarmada le intimidaba lo suficiente como para no atreverse a hacer algo que él no le dijera. Estaba entretenido en el cuerpo húmedo de su víctima y en el recorrido de las gotas de agua que caían de aquel cabello lacio y se deslizaban con precisión por sus clavículas, hasta llegar a la aterciopelada piel de su abdomen.

—Eres tan patético —Dante siseó y bufó luego. Ni siquiera sentía pena por él. 

Seguido de su burla escueta, colocó una toalla sobre los hombros de Kendal. 

—Tú lo eres...—Kendal susurró, temblando, hecho un mar de lágrimas, gimoteos y pequeños sollozos. Por suerte, Dante no logró escuchar aquello, así que solo cogió una toalla más y se la lanzó a Kendal. 

—¡Ten! Seca tu cabello.

Kendal la tomó tembloroso, lo miró y tragó saliva. Dante lo tomó del brazo una vez más, ciñéndole la mano con fuerza y llevándolo a la habitación de nuevo.

Lo empujó, e hizo que Kendal se sentara al borde de la cama. La cama era grande y cómoda, tres veces más grande que la que Kendal poseía en casa. Mil veces más suave, cara y limpia.

Hacer la comparación mental de sus cosas versus las cosas del psicópata, lo estaban poniendo clínicamente insano.

Tras dejarlo ahí, Dante abrió la puerta de su closet, y sacó de este un pantalón holgado y un suéter. 

—Vístete, Kendal—Dante ordenó y lanzó las prendas sobre el rostro del friolento chico. Kendal soltó un suspiro ante su pesadez, y tomó las prendas colocándose primero lentamente el suéter, que era de color marrón, y luego se colocó los pantalones rápidamente, volviendo a sentarse.

Los pantalones eran anchos, tanto que si Kendal retiraba sus manos del borde de ellos, y se ponía de pie, estos caerían de su cintura. El suéter era quizás aún más grande, las mangas cubrían sus pequeñas manos, y también el suéter caía por su hombro, dejando a la vista parte de su pecho y clavícula. Él era precioso, pequeño y su rehén.

Dante sonrió, por una razón que Kendal no comprenderá hasta el día de su muerte. 

Un hoyuelo se formó en su rostro, y dejó de ser aterrador hasta que volvió a hablar: —Habla y te golpearé, no hagas ruido y no trates de bajar de la cama. ¿Entendido? —lo amenazó por último, mirándolo a los ojos y caminó hasta su ropero para abrir un cajón.

Sacó de este un par de esposas y un cinturón.

—¡Vamos, recuéstate! —hizo un ademán con su cabeza— ¿Acaso no dormirás, después de este día tan agotador?—él preguntó con aquella sonrisa sátira que lo empezaba a identificar. 

Sostuvo ambas cosas en las manos, y Kendal apenas lo vio a los ojos. Y no dijo nada, se acomodó en la cama, con el corazón empezando a acelerársele. ¿Qué le haría mientras se sometía a él de tal forma? ¿En serio iba a dormir?

—Dime, ¿Necesitas ir al baño? —él preguntó y Kendal negó cabizbajo.

—Bien...—apenas murmuró el de ojos verdes, y tras coger una de las pequeñas manos de Kendal, colocó alrededor de esta una esposa—, recuéstate en el centro de la cama —ordenó con autoridad, deleitándose con cada gesto que Kendal llegaba a presentar.

Kendal tardó unos segundos en moverse, pero obedeció, sintiéndose inmensamente pequeño en el centro de la gigantesca cama. Pero cómodo, como nunca en su vida. Había bajo su cabello húmedo una almohada grande y esponjosa, además, olía bien. Nada como el sótano húmedo y oscuro; los cuchillos y la sangre que imaginó.

Dante colocó la otra esposa en el respaldo de la cama, en uno de los barrotes, dejándolo atrapado en aquella cama. Alzó el cinturón y amenazó al chico: —Te golpearé con esto, si intentas algo. Y lo haré fuerte.

Kendal sólo se quedó recostado observando cada acción del sujeto, y se sorprendió inmensamente cuando le lanzó una sábana, gruesa y suavecita.

—Para que no sientas frío —apenas habló al respecto.

"Que hijo de puta más considerado"—Kendal llegó a pensar.

El cuerpo de Kendal empezó a temblar un poco cuando miró a Dante acercarse. Su corazón latía con fuerza. Ya estaba atado, no podría hacer nada para protegerse, no podría siquiera tener un indicio de lo que él haría después. 

Dante se colocó sobre él, en un movimiento rápido sin aplastarlo. Sosteniéndose con sus manos y rodillas. Lo miraba serio, sin llegar a ser malvado, pero tampoco llegando a ser de fiar.

Kendal podía sentir la tibia respiración de Dante sobre su rostro. No había escapatoria, no podía quitárselo de encima. Y peor aún, no podía evitar su mirada. Lo miraba tan fijamente, en silencio, y lograba abrumarlo. 

—Dime... —Dante susurró— ¿Tu vida es tan patética como tú? —lo miró serio. Algo en él se sentía complacido por humillarlo.

Kendal se quedó totalmente inmóvil y tragó grueso. 

—Vamos, no seas tímido —lo alentó y una sonrisa creció lentamente en su rostro, perfecto, frío y malvado. Se atrevió a acomodarle un mechón de cabello y olerlo de cerca.

Tragó saliva y lo miró. —Quizás...—susurró Kendal finalmente.

—Si deseas que sea menos patética, obedéceme —la sonrisa se borró. Hablaba con lentitud, y su voz era profunda y clara; no existía forma de evadirla.

—Sé un buen chico, o no querrás existir. Voy a castigarte si solo intentas hacer algo que me haga enojar —él dijo por último, quitándose de encima, dejándolo respirar tranquilamente de una vez. Apagó la luz de la habitación y se retiró de ella.

A oscuras, Kendal solo pudo respirar hondo y cerrar los ojos.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo