Desde aquel día, Lilia comenzó a recuperarse poco a poco, mientras yo llevaba ante la justicia a todos los responsables de haberla lastimado.
Le dije a Lilia:
—Cariño, mamá te protegerá y se encargará de hacer justicia.
La pequeña, aunque no entendía del todo, se acurrucó en mis brazos y repetía una y otra vez:
—¡Mamá, mamá, mamá!
Los padres de los niños involucrados llegaron a la puerta de mi casa a rogar desesperados, no querían pagar las indemnizaciones tan caras que pedían los abogados.
Algunos incluso trajeron a sus propios hijos y comenzaron a golpearlos sin piedad frente a mi puerta:
—¡Te dije que no te metieras con otros! ¡Te lo dije!
Los niños lloraban de manera desgarradora mientras los padres imploraban:
—Señora Selena, ya hemos castigado a nuestros hijos. Por favor, perdónelos. Sabemos que usted es una mujer bondadosa. ¡Se lo suplicamos de rodillas!
Sin embargo, yo no cedí.
Jamás perdonaría a quienes lastimaron a mi hija.
En cuanto a Mateo, Renata y Lucas, la familia feliz