Con la mejilla pegada al suelo. Una línea de sangre recorrió desde la cabeza, pasó arriba de la oreja, manchando el ojo y la nariz, hasta gotear al suelo, donde ya se había formado un gran charco. María quería tocarlo; pero no se atrevió. En su lugar retrocedió y regresó a la realidad.
- ¡Los niños! - creyó pensarlo; sin embargo, el grito retumbó en las paredes.
Rápidamente, revisó la otra habitación. Se agachó para ver bajo las camas, detrás de la puerta, levantó las almohadas y nada. Su pecho se sentía tan comprimido que casi vomitaba sangre. Corrió hacia afuera, sin pensar siquiera en qué iba a hacer. Estaba por llegar al cruce, sus pies moviéndose como ráfagas de aire. Dobló la calle sin ver, c