Su cuerpo se paralizó. Dos niños, con los ojos cerrados, las manos y los pies atados hacia atrás, estaban tirados en el interior totalmente inconscientes. Sus cabezas estaban juntas, como si no quisieran separarse incluso estando dormidos. Las mordazas en la boca ceñían su piel, dejando marcas rojas en sus caras.
María dio un paso, subiendo el pie a la grada del carruaje. Las manos estaban a cada lado de la puerta, sujetándose con determinación. Se impulsó hacia arriba; pero de pronto, sintió un tirón hacia atrás. Sin embargo, sus dedos se negaron a soltarse. Un grito se le escapó.
-¿Qué haces? - un susurro fuerte llegó a sus oídos. Tranquilizándose, giró la cara. Juan la miró con los ojos muy abiertos; incluso pudo sentir un liger