Bonfim llamó y avisó que había programado mi encuentro con Claudio para el día siguiente por la tarde. Explicó que lo haría en la comisaría para aprovechar y tomar la declaración de Claudio de una vez, además de ser un ambiente un poco mejor para mí.
Al día siguiente, a la hora indicada, yo estaba allí, acompañada de mi marido y algunos guardias de seguridad. Bonfim nos llevó a su oficina y pidió que esperáramos ahí. Poco después regresó, con dos policías más trayendo a Claudio.
Claudio tenía la barba sin afeitar y el cabello rapado. Usaba el uniforme del sistema penitenciario y en medio de aquellos policías parecía muy pequeño, pero incluso estando en la peor situación posible, todavía tenía una sonrisita cínica en la cara.
—Espósenlo ahí —ordenó Bonfim y los policías sentaron a Claudio en una silla en la esquina y pasaron las esposas por dentro de un tubo en la pared que parecía un pasamanos.
—Entonces, Sr. Claudio, usted quería hablar con la Sra. Mellendez, ella está aquí —dijo