Bitácora personal Agente Laura Talbot 5 de marzo

Bitácora personal

Agente Laura Talbot

Lugar: Devon

Misión: Ataque selectivo a una guarida de teriomorfos agresivos.

5 de marzo

 El lugar designado para lo que coloquialmente llamábamos “la purga” era en las afueras de Devon, donde se extendía un área forestal muy tupida y que rodeaba una serie de fábricas y aserraderos abandonados tras una crisis económica que golpeó la zona. El bosque comenzó a reclamar el territorio y poco a poco las edificaciones que asemejaban una ciudad fantasma se cubrían por más y más vegetación. El lugar perfecto para que se ocultara un grupo de teriomorfos.

 La noche era excepcionalmente oscura y debo decir que mientras nuestra camioneta llegaba al sitio recordé cuando fui una militar del Ejército británico y participé en algunas misiones en Irak y Afganistán. ¡Enfrentar insurgentes islamistas parece un juego de niños ahora! Después de todo, los islamistas radicales no podrían arrancarte la cabeza de un mordisco y desgarrarte el cuerpo con sus garras.

 Es curioso como llega uno a acostumbrarse a esos pensamientos tan bizarros.

 Y, bueno, allí estábamos, en la víspera de una lucha contra una jauría de teriomorfos…

 Dimos una última revisión a nuestro armamento pesado, no queríamos que se encasquillara ninguno de los rifles. Una vez que todo estaba listo Fort dio la orden de salir.

 Aquel lugar era realmente lúgubre. Fort emergió de la camioneta a la cabeza como era su deber al ser el comandante, le seguimos Blake y yo con las gafas de visión nocturna que nos permitían ver en esa oscuridad enervante. Pero el color verdoso que producían también tenía una lobreguez inquietante.

 Atravesamos los tenebrosos pasillos de aquellas estructuras abandonadas y en estado lastimero. Los lugares más escabrosos eran los mataderos donde era notorio el hedor a sangre y las manchas rojas en el suelo y las paredes. Sin duda seguían en uso reciente.

 Me adentré junto a mis compañeros a un enorme refrigerador industrial donde otrora guardaban la carne de animales, pero observé repugnada que ese día colgaban de sus ganchos restos humanos. Reprimí la náusea y el deseo de vomitar y caminé entre aquel horripilante espectáculo, hasta llegar a una serie de repisas llenas de torsos y miembros humanos cercenados.

 —¡Malditos! —exclamé con genuina ira. ¡Esos monstruos!

 El rugido de una de las criaturas me sacó de mi distracción. Saltó de entre el tejado con un gruñido inhumano. Era un ente monstruoso todo cubierto de cabello, con filosas garras y con ojos rojos fulgurantes.

 Se lanzó contra mí pero esquivé sus zarpazos y disparé de inmediato introduciéndole seis balas de plata. La criatura aulló de dolor y colapsó sobre el suelo transformándose inmediatamente en un hombre desnudo.

 No teníamos confirmado que esta manada de teriomorfos en particular fueran licántropos, pero ahora sí. Estos licántropos u hombres lobo habían estado cazando seres humanos de las cercanías desde hacía meses, incluyendo mujeres y niños. Por lo que pude observar en la carnicería, a algunos los mantenían vivos para alimentarse de ellos durante un largo periodo de tiempo.

 En cuanto salimos del refrigerador las paredes de madera que rodeaban el área donde otrora se tenía a los animales de granja fueron destruidas por creo que unos siete hombres lobo. Eran idénticos al anterior; grotescas parodias de un lobo antropomorfo. Como una mezcla extraña entre lobo y primate. Blake, Fort y yo disparamos nuestros rifles ultimando a varios, pero otros eran demasiado rápidos. La garra de uno pasó a pocos centímetros del rostro de Fort pero éste logró llenarle la cabeza de balas de plata. Otro se lanzó sobre Blake quien no pudo dispararle al agresor. Le hubiera destrozado la garganta si yo no hubiera reaccionado rápidamente y le hubiera alojado unas cuantas balas en las costillas a esa sucia criatura.

 —Separémonos —dijo Fort— pero tengan cuidado y mantengan el contacto por radio.

 Me adentré solitariamente dentro de los vestigios de una antigua fábrica, donde aparentemente enlataban la carne que procesaban en el matadero. En el exterior las frías y húmedas noches británicas provocaban una densa y tétrica niebla. A la escalofriante atmósfera se sumaban los aullidos lastimeros de los licántropos que merodeaban el área y que fuimos enviados a exterminar. Ellos lo sabían y era una batalla de vida o muerte.

 Una de estas bestias antropoides saltó súbitamente por una de las ventanas haciéndola añicos. Se levantó frente a mí y me observó con aquellos ojos rojos que resplandecían en la oscuridad y con un hocico babeante. Escuché un rugido como un murmullo que salía de su garganta y supe que aquella monstruosidad pretendía hacerme pedazos.

 Preparé mi arma y apunté. Tenía un tiro seguro… sería fácil deshacerme de él…

 El fuego de las ráfagas de balas iluminó aquel lóbrego sitio pero la criatura escapó entre las tinieblas. La perdí de vista aun cuando busqué en todas partes. ¿Había sido una visión? ¿Estaré sufriendo de un exceso de estrés?

 Pero no…

 La criatura saltó desde el techo y apenas tuve tiempo de dispararle. Ya había muerto antes de tocar al suelo porque lo que me cayó encima fue el cadáver de un hombre desnudo.

 Fort seguro había escuchado mis quejidos por el choque del cuerpo al golpearme ya que corrió hasta donde yo me encontraba.

 Debo haber perdido el sentido. Cuando lo recuperé estaba con aquel cadáver aún encima de mí, pero además sobre el cadáver había un hombre lobo. Era de piel gris y mostraba una extraña cicatriz en el cuello que debió haber sido hecha con un objeto de plata pues nunca sanó completamente, y el grueso pelaje no le surgía en esa parte.

 El lobo presintió la llegada de Fort y se ocultó.

 —¿Talbot? ¿Estás bien?

 —¡Fort cuidado! —grité pero fue demasiado tarde. El lobo emboscó a Fort y lo atacó a traición clavándole los colmillos en el hombro derecho. Fort gritó de dolor y disparó involuntariamente, pero sus balas solo agujerearon las paredes. El lobo lo lanzó contra la pared con tanta fuerza que azotó como un saco de huesos… lo di por muerto.

 El lobo se dirigió hacia mí de nuevo, removió el cadáver de su congénere sobre mí. Mi arma no estaba a mi alcance, así que extraje disimuladamente la daga de plata que tenía en mis botas y me dispuse a darle muerte con arma blanca. Pero el lobo esquivó mis intentos de cortarlo y de un zarpazo que me hirió gravemente el antebrazo me desarmó.

 ¡Aggh! ¡Aquel dolor! Mi brazo escoriado por aquella garra sangraba y producía un dolor picante. Luego todo se oscureció…

 Y sólo pude pensar… esté es el fin.

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