Constanza
Aunque los demás sigan abajo, dejo que Damon me tome en la cama. Su cuerpo tiembla tanto como el mío, y ninguno de los dos puede dejar de besarse ni de explorarse con las manos.
—No sabes cuánto te deseo —farfulla, embistiéndome con más fuerza—. Me vuelves loco, Constanza.
—Eso quiero, cariño —gimo, echando la cabeza hacia atrás—. Quiero tenerte, volverte loco.
—Ya me tienes —me asegura antes de atrapar uno de mis pezones con los labios.
El contacto me duele un poco, pero no lo detengo. Hay algo nuevo en él que me vuelve loca, que me derrite por completo.
—Damon —susurro, rozando el orgasmo, que llega para dejarme sin aliento.
Damon embiste unas veces más antes de derramarse dentro de mí. Ambos quedamos abrazados, mirándonos, respirando el aliento del otro.
—No me pienso disculpar esta vez —se ríe—. Me encantó.
—Y a mí, mi amor —le aseguro, dejándome caer contra el colchón—. Creo que este viaje nos hizo bien, a pesar de todo.
—¿Tú crees? —se ríe mientras se recuesta a mi la