Constanza
Por más ganas que tengo de reírme en la cara de Olive, mantengo la compostura y asiento fingiendo resignación.
—Está bien, no volveremos a pisar esa casa —le respondo—. De todos modos, gracias por la hospitalidad.
—No finjas, cariño, si…
—¿Qué te pasa, tía? —interviene Damon—. Te pido que tampoco actúes así y que hables con tu marido para que nos deje en paz. Fue él quien nos estuvo fastidiando.
—Pues por algo será, ¿no creen? Tal vez tu novia le está coqueteando.
Mientras dice eso, me lanza una mirada desdeñosa, como si supiera del todo cuánto me desea su marido.
—Bueno, si eso quieres pensar —me encojo de hombros—. Sí, soy su amante, Olive, y no tienes ni idea de cuánto nos queremos.
—Constanza —me reprende Damon.
—Lo siento, cariño, pero ya me estoy cansando de esas actitudes —resoplo—. Si no puedes controlar los impulsos de tu esposo o no lo atiendes como se debe, no es nuestro problema.
—Eres una…
—No te atrevas —la corta Damon con una voz que me estremece por lo amenaza